A veces son turbulentas las aguas del estrecho de Mesina. Petrarca ya nos advirtió del peligro. Decía que entre Escila y Caribdis había perdido sus dos bienes: el arte y la razón.
El arte y la razón navegan entre Escila y Caribdis y no sabemos cuál es el rumbo.
¿Hasta dónde llega la razón?, ¿cuáles son los límites del arte?
La nave fletada con cargamentos tan delicados debe evitar los escollos y preservarse del canto de las Sirenas.
Hay que navegar ligero. Para sortear arrecifes y escollos, la creación artística debe liberarse de cargas pesadas, de futilidades y banalidades, de monsergas, pamplinas, farsas y pataratas.
El arte, como expresión de la existencia humana, debe liberarse de todo lo superfluo y, sin ninguna carga pesada, debe manifestarse sin limitaciones y atravesar el fatídico estrecho.
Pero desnudar irracionalmente la forma artística, sin intervención en los contenidos, tiene un peligro: podemos acabar haciendo un arte empobrecido y no llegar a nada, eliminando así toda forma de expresión.
No se trata del Less is more que postulaba Mies van der Rohe. Hay que evitar el escollo del minimal art caprichoso que anda recargado de vaciedad. Es un barroco de silencios.
Es peligroso que se confunda gravedad con austeridad cartujana. Es peligrosa la negación total de la forma.
La expresión de la esencia íntima de las cosas es desnuda y al mismo tiempo rica como la luz de una vida joven que nos deslumbra. Como la joven Beatrice del Ponte Vecchio.
El riesgo es que la sensiblería aniquile la vitalidad de nuestro mundo antiguo y que la racionalidad de nuestra cultura clásica quede anulada y que todo se convierta en tristeza. La sensiblería empobrece la mente. Empobrece el arte y la razón.
Si de la realidad se sustrae la forma, todo queda reducido a un puro dato estadístico que podemos expresar en una hoja de Excel.
El puro dato es lo que manejan tan bien los idiotas del dolor.