Estimada amiga y confidente:
Llevo mucho tiempo queriendo contarle a usted una de las circunstancias de mi vida más singulares y, dada mi avanzada edad y el inmenso amor que nos profesamos, creo que ha llegado el momento de hacerlo.
Cuando echo la mirada atrás, observo que toda mi vida ha sido una larga y fructífera carrera dedicada al mundo del arte y, como sabe usted bien, muy celebrada y exitosa.
Desde muy niño, me las ingenié para camelar a mis profesores para que me eximieran de algunas tareas escolares, para mí extremadamente tediosas, a cambio de invertir en mi gran afición el tiempo que a ellas habría dedicado. En concreto, en mi gran habilidad: la pintura. Entonces, mi estrategia pasó por hacer un primoroso, aunque muy formal, retrato del decano de la escuela para que, engatusado con el resultado (que recuerdo muy eficaz y algo tramposo), me habilitaran un espacio para pintar y convencieran a mis padres de que en aquella disciplina debía estar mi formación más intensa.
Así, tuve el privilegio, extraño en aquella sociedad casposa y paralizada para un niño de tan corta edad, de poner en práctica desde muy pronto mi creatividad; eso sí, aleccionado al principio por un mediocre profesor que se creía dotado (erróneamente) para el mundo de las artes.
No obstante, mi curiosidad abarcó muchas otras ramas del saber y, casi al margen de la escuela, fui instruyéndome en ciencias, en pensamiento y en poesía. Hoy día, mi entorno o aquel que se atreve a definirme (que son muchos) me considera un erudito del saber, me ve como un sabio, extremadamente admirado por mi arte.
En caso de que tuviera que definirme o resumir mi biografía, puede que comenzara con una expresión de satisfacción por haber podido dedicarme a mis instintos, yo diría que pasionales y nacidos de las vísceras, y haberlo podido hacer al margen de una formación ortodoxa, atenazadora y asfixiante. Y todo ello con un resultado de éxito. Lo sabe usted bien.
Pero no son mis memorias lo que quiero contarle en esta difícil misiva, querida amiga. Le hablo de todo esto que, como le digo, usted ya conoce bien, para poner en contexto uno de los grandes secretos que nunca he contado a nadie, ni siquiera a usted, a quien, como se lo he hecho saber en más de una ocasión, la tengo en la más alta estima y consideración.
Usted conoce bien mi carrera artística. Y no solo eso. Juntos hemos compartido muchos momentos llenos de belleza y de experiencias inolvidables y enriquecedoras, sin las cuales (sin las cuales, junto a usted), mi vida no sería lo mismo, estaría incompleta y gran parte de mi obra jamás habría existido.
Al margen de lo famosos y admirados que puedan llegar a ser, los retratos y desnudos que pinté de usted están entre lo más querido de mi producción. Y no solo por el resultado artístico, sino por la inmensidad de emociones que pudimos transmitirnos en las muchas sesiones en las que posó generosa y amorosamente para mí. Puedo afirmar que usted me ha inspirado, que es mi musa; una musa terrenal a quien he intentado imitar en los retratos.
Son conocidos también, y pueblan muchas paredes de museos y colecciones particulares, algunos retratos que realicé de grandes personalidades de nuestro tiempo. Siempre rechacé pintar a alguien por el simple hecho de ser famoso o popular. Para mí solo han sido importantes aquellos que aportaban algo especial a nuestra cultura y, gracias a esa idea, el retrato que realicé de una cocinera anónima de un pequeño pueblo de la Toscana, me hizo mundialmente famoso y me acercó al Olimpo de los artistas inmortales a los que siempre admiré.
Ya sabe usted que también he pintado paisajes y bodegones. Incluso que tuve una breve, intensa y emocionante etapa abstracta que pronto abandoné para regresar a la figuración.
Pongo el énfasis en los retratos a fin de que entienda bien mis sentimientos acerca del secreto que estoy a punto de desvelarle.
No sé si recordará una entrevista en una televisión belga en la que el presentador me preguntó si tenía intención de pintar mi autorretrato, al igual que habían hecho otros artistas del pasado. Yo, un poco azorado, desvié la cuestión y cambié de tema sin responder directamente a la pregunta. Y es que, ya lo sabe usted bien, nunca me retraté en ninguna de mis pinturas. Nunca lo hice ni lo haré jamás… porque me es imposible hacerlo.
No sé cuál es mi aspecto para poder retratarme por el simple hecho de que en ningún momento de mi vida he podido verme reflejado en ningún lugar. Además, siempre he rehuido las fotos porque tampoco en ellas sale mi imagen impresa.
Cuando me acerco a un espejo, veo todo lo que en él se refleja pero yo no estoy en ese reflejo. Ni en el de ninguna otra superficie brillante, ni en un cristal tras el que haya más oscuridad que donde yo esté situado. Jamás. Nunca. En mi vida he podido verme. Y no sé cómo soy.
Entienda usted mi desazón cuando le cuento esto. Es algo que he mantenido oculto toda mi vida y no me he atrevido a compartir con nadie. Lo he meditado mucho antes de decidirme a revelárselo a usted, pero creo que la afinidad que siempre nos ha unido me permite hacerla partícipe de mi drama.
Usted y yo hemos compartido tantas cosas, tantos instantes y tantas pasiones que me atrevo a decir que nos amamos. Y es este atrevimiento el que me ha hecho reflexionar sobre lo injusto de ocultarle mi secreto a usted, a la persona que tan pacientemente ha sido mi modelo, mi compañera y mi diosa ideal… y carnal.
Usted me sobrevivirá, dada nuestra diferencia de edad, y deseo que en un futuro, cuando le pregunten sobre mí, no revele este lacerante secreto que tanto me ha torturado en vida.
No poder verme en ningún lugar es como apagar la inspiración del escritor, aplastar la mano del pianista o cortar las alas al ave. He estado incompleto y parece que seguiré así hasta que llegue mi muerte.
Así que, una vez hecha esta confesión, deseo que cuando volvamos a vernos, y hasta que yo muera, siga usted comportándose como siempre me ha regalado, emocionándome hasta hacerme sentirme pleno, incluso hasta hacerme olvidar en muchos momentos que carezco de imagen a mis ojos.
Su eterno amante. Su apasionado artista.
M.
Estimado y amado M.:
Siempre he sabido que usted no se refleja en los espejos. Jamás me atreví a preguntarle por ello pero mis vivencias junto a usted me han llevado a descubrir la verdadera esencia de su ser.
Es usted un artista, uno de los más grandes de la historia, y, además, es usted un vampiro.
Su musa, siempre.