Tocando fondo (2)

Aforismos de juventud

 

Exhortado por el terrible “conócete a ti mismo”, miro en mi interior, y lo que veo me hace sentir vértigo. Escarbo en las entrañas más profundas de mi alma y, en este inquisitorial removerme por dentro, levanto hedores que lo tumban a uno por su pestilencia.

A poco que me investigo descubro que, no sólo no soy quien quiero ser, sino que, además, soy, precisamente, quien no quiero ser.

Ráfagas de viento helado sacuden mi espinazo. Siento frío interior, porque otra vez se apaga el sentido del mundo y de mi vida. Es el eterno miedo a mí mismo. Miedo a la ignorancia de mi autoconsciencia; miedo aún mayor a su sabiduría.

Miedo terrible, de una parte, a no saber de mí todo lo que me convendría saber, a fin de conducirme rectamente. Y miedo mucho más terrible, de otra parte, a averiguar de mí cosas que jamás querría saber; cosas que preferiría ignorar, también a fin de conducirme rectamente –a fin de poder conducirme siquiera de alguna manera.

En efecto: hay determinadas cosas (tendencia, impulsos, deseos… sentimientos) inherentes al ser de ése que yo soy que no me es dado conocer (pregúntaselo a Freud, ese neurótico marrullero que alivió su neurosis echándola sobre los hombros del resto de la humanidad). Mas también hay otras cosas (del mismo género que las anteriores) entre las que llevo dentro, que me aterraría conocer (también se lo puedes preguntar a Freud –pero éste no conoce toda la respuesta).

En pocas palabras: no podemos saberlo todo acerca de nosotros mismos; mas tampoco queremos saberlo todo.

En ese no-poder, en esa imposibilidad de la autoconsciencia total consiste cierta impotencia humana (uno de los modos de la impotencia humana). De este no-querer, de esta indeseabilidad de la autoconsciencia total deriva cierta mendacidad humana (uno de los modos de la mendacidad humana: la mendacidad necesaria). Lo esencial de esta mendacidad no estriba en que, con ayuda de retóricas, logremos engañar a los demás; lo esencial, antes bien, es que nos engañamos, en primera instancia, a nosotros mismos.