Quiero ser un cabrón
pero no me sale.
Pongo de mi parte
para que os sintáis amenazados.
Para que digáis:
ahí llega Danilo… ¡Cuidado!
Se liga a las chatis,
aparca en los vados,
se va sin pagar
y mira de una manera
que hace temblar.
Quiero ser el más malo.
Que se haga el silencio
cuando entro en un bar.
Que me paguen las copas,
me pidan consejos
y hasta el sheriff
me intente sobornar.
Quiero que al verme, los hipsters
rasuren sus barbas al cero
y se caguen de miedo Cohelo y Bucay.
Quiero ser la viva encarnación del mal;
escupir fuego, devorar corderos,
presidir la Generalitat.
Ser profesor de spinning, de zumba o de Mourinho;
ser la última almendra, y ser amarga,
o el último pimiento del padrón…
Ser la peor quesadilla
del restaurante mejicano,
la salmonella que destroce tu verano
o el telefonazo
en plena madrugada
que te parta la vida en dos.
Quiero ser el bufón
que mirándote
sabe todo lo que escondes
y al que tienes que suplicar
hasta la humillación
para que no revele tus secretos,
y aun así, sabes que los dirá
en el peor de los momentos.
Quiero ser un cabrón
y, a veces, casi lo consigo.
Pero desconozco si es
por esta necesidad de haceros reír
o porque deseo que este momento
sea el mejor lugar para vivir,
que esto de ser un cabrón
no me acaba de salir.
Aunque anoche
intenté convencer a un hipster
de que se afeitara
y lo conseguí.
¡Uy! Prometí que esto
no lo iba a decir.