À Paris autrefois

Casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine

Esta escena me atacó muy recientemente y localizó mi fibra sensible en un flanco inusitado, porque lo creo tener, en general, bastante bien defendido.

Estaba viendo Playtime (Jacques Tati, 1967) en el cine, en copia gloriosamente restaurada. Ya ha pasado de todo en la inauguración del Royal Garden, un restaurante con ganas de sorprender por su elegante modernidad y que, curiosamente, recuerda mucho a los que han surgido desde entonces cerca de nuestras casas. Con su decoración hecha trizas por continuos desajustes entre lo pensado para su diseño y su respuesta ante la realidad, los músicos de la orquesta se han ido a casa porque han llegado al límite de lo soportable. Una chica americana acede entonces a tocar el piano, y de los ritmos africanos bailados frenéticamente por los comensales se pasa a una preciosa y calmada pieza. Una señora francesa se acerca a felicitarla. Le comenta que hace mucho tiempo era una buena cantante, y se pone a interpretar una antigua cancioncilla. Hemos llegado al momento.

La canción es À París autrefois, y habla de eso, de la ciudad que vivió en otro tiempo, de unos acordeones, no entendí mucho más. Momento de calma entre la vorágine y el caos, no es que la gente que llena el restaurante, ni siquiera el espectador, haga un mínimo caso a la cantante y a su canción, que se pierde entre el general follón que lo domina todo. Pero en esta ocasión la canción ha sabido encontrar su camino, al menos conmigo. Un camino allanado por la visión previa del París de toda la vida que hace a Mr. Hulot salir a una terraza exterior del moderno y frío edificio de aluminio y vidrio, idéntico a los de otras ciudades de todo el mundo. O por aquel destartalado kiosco de flores que fotografía esa misma americana que toca el piano, turista atípica, que siempre se aparta de su grupo atraída por pequeños detalles que humanizan el entorno. Allanado por lo que fue y se resiste a desaparecer.