En uno de sus relatos breves, Ermanno Cavazzoni refiere la vida de un aspirante a escritor (realista), que escribe todos los días la primera página de su novela. Un esfuerzo constante y metódico con el que pretende reflejar las tribulaciones de un hombre solitario, en un pueblo italiano, al pie de las montañas ¿Les suena el estribillo?
Aunque traiciona el realismo literario con licencias favorecedoras y poco precisas, no perjudica en casi nada la verdad de su narración. Por ejemplo, ha cambiado el pueblo montañés por otro de marineros e introduce alteraciones significativas para elevar el tono de la novela, pero lo hace con la mejor intención y para no ofender a sus futuros lectores.
Ernesto es un relato pormenorizado de su propia vida. El personaje principal y único es el susodicho Ernesto, o sea, el escritor.
Veamos su método de trabajo: «Ernesto se levanta de la cama para dirigirse a la cocina y preparar una cafetera…” Detiene el bolígrafo, duda si ha de registrar que, mientras se bebe el café, se rasca la barbilla, o quizás otra parte de su cuerpo. Decide ser un escritor realista pero elegante, así que escribe: «Ernesto se acaricia el labio inferior mientras contempla el vuelo de una gaviota…»
El escritor vive a trescientos kilómetros de la costa, a través de la ventana –mientras se rasca un punto caliente de su cuerpo– ve al vecino seboso que tiende unas sábanas grises y haraposas. Relee la frase y se dice que las gaviotas son repulsivas y, en consecuencia, esa transposición es un recurso legítimo que no menoscaba el realismo de la escena, y además, expresa muy bien el asco que siente por el vecino.
De manera que a lo largo de la mañana, Ernesto registra otras acciones en el interior de su casa, luego se viste para ocupar su silla en el bar de la plaza. Va contento por las calles de su pueblo, de vez en cuando saca su hoja y cuenta las frases. Diez, a veces quince, según la inspiración. En el bar toma dos cervezas para entonarse, saca de nuevo la hoja y escribe: «Ernesto bebe a sorbos –o de un trago, depende del día– el dorado líquido, las barcas amarran en el malecón».
La novela realista quedaba varada, indefectiblemente, en la tercera cerveza hasta la vuelta a casa, bien entrada la noche. Entonces recordaba su empeño literario, la pasión de su vida. Antes de echarse en la cama, sacaba de la chaqueta la primera página de Ernesto y la depositaba sobre las otras primeras páginas, en total mil ochocientas veintitrés que describen, con alguna que otra licencia, las cuatro primeras horas de un día en la vida de Ernesto.
Nota: Del relato de Cavazzoni sobre el escritor realista he tomado solo el punto de partida: la escritura de una primera página de manera reiterada, el resto es ficción.