Una carta inesperada

Desde el 3º izquierda

 

El otoño está resultando de lo más atractivo para los dos amigos del 3º izquierda. Las lluvias frecuentes, las mañanas brumosas y frías, los atardeceres exultantes de color; todo está siendo ideal para ellos y sus largos paseos vespertinos. Las tardes son tan breves, tan llenas de vida e intensidad que no quieren perderse ni un solo instante de esa belleza inigualable, imposible de encontrar en otra estación del año. Noviembre está ya en su segunda mitad y la neblina, junto al aire cargado de salitre del mar cercano, deja una pátina de humedad en las calles, que invitan a perderse en ellas hasta que el crepúsculo sea solo recuerdo y la noche, con su negro sucio sobre los tejados, sea la dueña de la ciudad hasta que el alba irrumpa de nuevo.

Antístenes está ya familiarizado con su hogar y el vecindario. Conoce a cada uno de los clientes que acuden al “estanco de Abelardo”, el vecino de rellano, e intimida a alguno de ellos con su poco cuidada dentadura de perro viejo. Hoy han decidido ir a realizar la compra semanal. Aprovisionarán la despensa con todo lo preciso para no tener que relacionarse con nadie más de lo necesario.

En la frutería tienen que enfrentarse al primer obstáculo social. Siempre hay alguien que tiene demasiada prisa por salir a charlar largo y tendido en la puerta y, claro está, necesita colarse con las argucias más grotescas e irrisorias. Antístenes, desde su atalaya en la acera, espera a su dueño y orina disimuladamente junto a la bolsa de una señora que se ha regocijado en su habilidad por pasar por delante de todas las personas que hacían cola en la caja. Está tan ensimismada en la conversación con un alegre jubilado de banca (de los que también tienen mucha prisa siempre) que no se percatará de las salpicaduras hasta llegar a casa.

Una vez solventado el inconveniente de la compra y guardada esta en casa, Antístenes y su compañero de piso inician su largo paseo de todos los días. La ciudad, una vez recuperada de las modas extranjeras de las fiestas de fantasmas y monstruos ajenos a la cultura local, se prepara para las próximas fiestas de celebración masiva: las Navidades. El habitante del 3º izquierda, del que por cierto no conocemos su nombre todavía, no celebra jamás esta concatenación de despropósitos consumistas y postureo social. Él no celebra nada que le venga impuesto, por lo que estos días no significan nada para su rutina. De todas formas, a pesar de que los escaparates ya van dando señales, aún quedan unas cuantas semanas para entrar en la vorágine de luces y muestras de solidaridad efímera de costumbre, por lo que, de momento, se puede pasear con cierta tranquilidad.

A mitad de su larga caminata les sorprende un intenso aguacero. Respiran intensamente ese aire purificado por la lluvia y regresan a casa cargados de cierto optimismo. Antes de subir a su castillo de paz y aislamiento cenan algo en un bar cercano en el que admiten la entrada de perros y recuperan el calor corporal perdido bajo el diluvio.

El buzón, además de las habituales facturas y publicidad variada, contiene una carta diferente a las acostumbradas, a nombre de Julián Aguirre; sí, este es el nombre de nuestro amigo del 3º izquierda. Al abrir el sobre descubre una invitación inesperada. Al cumplirse diez años de su jubilación, la empresa en la que prestó servicio durante media vida le invita a su fiesta anual de Navidad. Decepcionado por la misiva, quizás esperaba alguna mejor noticia, tira el sobre y el papel a la papelera y se dispone a leer un rato mientras Antístenes se pone a dormir a pierna suelta.

Sin embargo, apenas transcurridos veinte minutos, el perro salta repentinamente de su lugar de descanso, rescata el papel y se lo entrega a Julián. Después de dos ladridos, Julián comprende a la perfección el mensaje de su amigo.

“Podría ser divertido…”, piensa en voz alta mientras Antístenes asiente con un nuevo ladrido y regresa a su cama a continuar durmiendo.