Vaya. A la hora de la prière de l’ange se demostró que Helios tiene muy mala hostia a veces y, encima, alguien se empecinó en que se debía visitar un castaño milenario donde Cristo perdió el poncho. ¡Acullá, acullá! Abjurando de tal propósito me di la vuelta y descendí por el valle hacia el monasterio.
Mientras transpiraba y descendía cual Zaratustra, en llegando al emporio terrenal, una melodía me acosó los oídos. Pero nada provenía del exterior. El endiablado arpegio surgía de mi propio interno caletre musical: Uiiup, uuuuuiuup u ururuiup uip uu…
¡Cáspita! Esa canción la oí en un documental de mi venerado Werner Herzog. Grizzly Man, eso. Diría que es la sintonía que hace de epílogo entre los títulos de crédito, ¡fíjate lo que te digo! La cantaba…. un tal Richard Thompson y además se titula Coyotes. Uiiup, uuuuuiuup u ururuiup uip uu… Exacto.
La cosa no iba de cánidos salvajes, sino de osos y de un tipo algo chalado que se había ofuscado en vivir a cuatro patas, entre los enormes plantígrados, mientras filmaba con una pequeña cámara de vídeo. Llegó un día en el que los “ursus” canadienses decidieron cambiar su régimen de trucha y salmón, por una dieta de carne. Se lo zamparon en un periquete sin dar tiempo a ningún viático posible. En fin, un suceso sórdido y aciago.
Resulta que aquí, en el Pirineo, ahora también tenemos osos. Mira por dónde. No son de aquí, ni de allá; son de más allá, es decir, eslovenos. Los importan como el que se trae Levi’s de los U.S.A. Los franceses dinamitan el atolón de las islas Bikini y, mientras, nos llenan de osos, linces y otros bichos para lavar y teñir de “verdes” malas conciencias, con el aplauso de los catalanes y demás hispanos fronterizos.
Ya no me pregunto quién nos gobierna; esa cuestión la resolví desgraciadamente hace mucho tiempo. La cavilación de aquel momento era otra. ¿Quién diantre enseña a los ingenieros en este país? (Y no voy a entrar en quién diseñó la curva ferroviaria de la estación de Compostela, porque el tema es demasiado doloroso para hacer consideraciones que hagan hervir las venas). ¿O a los arquitectos? ¿O a los asesores de arte?
Sostengo la teoría de que una de las primeras edificaciones del románico —si no la primera en tierra ibérica— que jalonaron y dibujaron la incipiente marca hispánica de los francos y carolingios del momento, fue el monasterio de Sant Quirze de Colera. Según veo, estamos hablando del año 785 aunque nadie lo tiene muy claro. Algunos doctos peritos hablan de que el de San Victorián, en el Sobrarbe, es el más antiguo. El inconveniente, mi problema, es que hace mucho tiempo que no me creo ni mucho ni poco, es decir nada, la historia oficial de España.
Si Victorián nació en el 480, San Quirico niño y su mamá Santa Julita lo hicieron sobre el 300. (Además su onomástica se celebra ex aequo con el Bloomsday, lo que le da más porte).
Lo de Sant Quirze es una calamidad. Desde 1592 el edifico es una ruina y, por tanto, nuestros antepasados han podido disfrutar durante 421 años de esa decadencia sublime. De ese claustro maravillosamente sencillo, de esa fuerza del triunvirato de ábsides. Nosotros ya no podremos gozarlo. Porque no es lo mismo consolidar y conservar una ruina, que restaurarla, hacerla nueva. Los instruidos y eruditos des-reconstructores dejarán a las generaciones futuras, una obra maestra, pero como un artefacto sin alma, de cartón piedra y a veinte euros el ticket para ver… nada. Es decir, en román paladino, están haciendo otra mierda como en Scala Dei o en Sant Pere de Roda. Qué asco ser coetáneo de esta gente.
Sí. A veces Helios tiene muy mala leche y otros, muy mala sombra. Uiiup, uuuuuiuup u ururuiup uip uu.