Martes, finales de enero. Entra el sol por los cristales y el cielo es azul y uniforme como de papel de seda. Medio tumbado en el sofá escribo esto mientras suena Radio 3. Bandeja de entrada, una delicada selección de música dirigida por Gustavo Iglesias y su voz de amigo de toda la vida. Suena Goodnight World de Lisa O’Neal, folk irlandés.
Mi idilio con Radio 3 empezó casi con su inauguración en 1981. Años de desencantos, muertes y renacimientos. De violencia y droga dura, de rupturas familiares y estancias en psiquiátricos y granjas colectivas con Gestalt incluida. Éramos ex-heroinómanos hippiecologistas, ya entonces, viviendo en el Alto Turia. Una especie de grupo heterogéneo que convertimos en una tribu apache con distintivos propios. Ropa de montaña, botas, pendientes de aro y cintas en el pelo. Duró poco esa comuna que montamos con la ayuda de una antipsiquiatra de la escuela Laing-Cooper.
Me dieron el alta en el 83 y me fui a un bungalow aislado a 6 km de Denia, al lado de la playa del Molí. Era marzo y los días grises y lluviosos. El mar estaba allí para mí solo. Es una bonita bahía con una playa abierta que viene directa desde Oliva y acaba aquí en la punta del faro de El Molí. Pasaba horas mirando ese infinito gris y las luces lejanas en la noche como un náufrago voluntario. Bueno, Radio 3 era mi loro, mi contacto externo. Eran los tiempos de Carlos Faraco, Diego Galán, Julio Ruiz y Juan Pablo Silvestre. Tris, tras, tres. También de El loco de la colina y sus pausas en una noche eterna.
Cuando recuperé la cordura, al menos la resignación necesaria, volví a Valencia, acabé derecho, me hice abogado y tuve una familia y amigos que votaban al PSOE. Aunque los más divertidos eran los falangistas. Las ideas equivocadas, pero mucho más claras y mejor sentido del humor. Yo seguía votando al PCE por inercia. Y después de veinticinco años llegó la enfermedad. La heroína juega contigo al ajedrez y la partida puede ser muy larga. En la primera partida hemos hecho tablas.