Tenía un cuerpo vulgar que olía a fracaso

Isla Naufragio

 

Eso ya lo sé. No hace falta que me lo digan continuamente. ¿Tengo yo la culpa? Mire, no pienso decir si soy hombre o mujer porque así, si no lo saben, no pueden imaginárselo. Y no daré ninguna pista que pueda inducir a sacar conclusiones.

Tan sólo diré que mi primer amante fue una persona a la que quise mucho. Pero no estaba al caso. Pepinos de noche, lechugas de mediodía. ¿Cuántas caras tiene un ataúd? me preguntó un día. ¿Ustedes creen que eso es una pregunta lógica en un momento así?

Puedes herir a un árbol y, aunque el árbol no diga nada, la herida es real y cierta, y por ahí entrará la infección y el árbol se morirá. Eso es dolor, amor, no sigas, le decía yo.

Mi cuerpo me ha traicionado. A mí el primero. O la primera. Mi cuerpo no cumple con las expectativas habituales según los cánones establecidos por a saber quién. Y no es que sea feo (o fea), no, es algo más sutil, no tengo aura, mi cuerpo no la tiene, ni tengo otras cosas que puedan hacerme apetecible para los demás. No hay en mí nada interesante, mi cuerpo es normal, corriente, anodino, ordinario… vulgar.

La inquietud te hace ignorar el deseo, me dice el psicólogo (otro al que no sé para qué voy), claro, le digo yo, eso es evidente, y que no me miren, y que no cuenten conmigo para nada, eso también. A resultas de mi cuerpo vulgar nunca he esperado conseguir nada y no deseo nada. ¿Para qué? ¿Para qué voy a esforzarme si el resultado ya sé cual será?

Las frustraciones imponen sus normas. Inexorables. Todo lo malo se te adhiere sin tú quererlo. Quita, quita. Y no puedes olvidarte porque se te adhiere cada día.

Cuando entro en el metro veo una turbamulta de cuerpos anónimos y así me veo yo. En esa turbamulta. Femenino. Despectivo. Multitud confusa y desordenada. Seres poco dotados para vivir plenamente y con alegría.

La demostración puede ser más importante que lo que se pretende traicionar, dice el sabio que está en su mundo. Ya. Yo no pretendo demostrar nada. Tan sólo constato. Tengo un cuerpo vulgar y así no puedo seguir.

C. Montalbán, auxiliar de farmacia