La nieve azulaba los márgenes de la carretera, la velocidad los hacía líquidos. Discurrían árboles sombríos, siluetas penitentes y fugaces. Iba de vuelta no sabía dónde. No importaba. Le acosaba la sensación de estar de vuelta siempre; la vida nunca llevaba a la felicidad. Tomar el volante, pisar el acelerador, perderse por carreteras que hendían bosques o acuchillaban despeñaderos era una forma de perderse sin sentido, pero le relajaba. Imaginaba que derraparía y se despeñaría y ardería con el auto destrozado al fondo de un barranco en una explosión como las de las películas. Terminar con todo; tal vez, que todo terminara con él.
“Pisa el acelerador, písalo. Pero dominas la inercia, incluso cuando una rueda se sale del asfalto y vuela. Te bastan tres ruedas, te basta muy poco para seguir existiendo. Tus necesidades son tan escasas como fue tu ambición, lo sabes, lo sabías”.
Salió del bosque; había llegado más lejos que nunca. ¿Cuánto tiempo llevaba conduciendo? El mar. Alboreaba sobre un horizonte radicalmente horizontal. Si dentro del coche sólo se escuchaba el rugir del motor, su corazón ya pulsaba el run run profundo de las olas. Un rumor que le llamaba. Salir del bosque, dejar atrás las montañas y los despeñaderos. Dejarlo todo atrás.
Entre el cielo y el mar un rubor. ¿Para qué, un nuevo día? Nada conducía a ninguna parte hacía demasiado tiempo. A la felicidad, desde luego, no. Nunca. Dejaba el bosque a sus espaldas. Tantas veces lo transitó con la incesante conciencia de la ineficacia de su vida… Todo fue traición y al mismo tiempo fue verdadero. Su corazón había vivido sus sueños, pero su vida nada tuvo que ver con ese corazón. Ahora latía en su pecho el run run profundo del mar grande que venía. ¿Aquello fue vivir? No se lo pareció casi nunca. Y todos esos latidos que le habían sostenido ¿podían sentirse traicionados? “No –se dijo- no hay siquiera traición, solo el deslizarse de la carretera entre árboles y despeñaderos hasta el mar”.
En el acantilado, sombrío, el asfalto se e enmarañaba en un ovillo de curvas mecido por las olas. El auto corría más veloz. Soltar el volante y volar.