Sor Neus es como un ciprés: alta, seca y avispada, con ojos escrutadores de ave rapaz; e inquieta, muy inquieta. Sor Neus es la despensera del convento de la Santa Creu. Nació y creció en las ubérrimas tierras del Priorat, donde mosén Daniel Bernal, clérigo aragonés con destino provisional en Bellmunt, le impuso la vocación religiosa con una gracia especial. Después de misa, sor Neus recorre el claustro de arriba a abajo, cual golondrina buscando cobijo. Anda deprisa, nerviosa. Espera impaciente a la madre superiora. La madre Assumpció se entretuvo este día hablando con la pobre Dolors, y tarda mucho en llegar. Sor Neus dice a madre Assumpció que no hay en casa viandas para celebrar dignamente el día del naixement de Jesús. Madre Assumpció no se altera. Responde a la despensera animándola:
—No se apure, hermana. Dios, que lo sabe todo, proveerá para ese día. La Navidad será como Dios y su santísima Madre permitan que sea. Otras lo tienen peor. La pobre Dolors acaba de decirme que no tiene este año con qué atender a la familia que sube a verla en Nochebuena. Rezaremos por ella.
Y Dios proveyó.
Precisamente el día vint-i-tres de desembre, el carnisser señor Joan, marit de la senyora Caterina, devota de la Santa Cruz, envió al convento el regalo de un pavo. Se hizo tal y como la señora Catalina había mandado al esposo. Este dio cumplimiento a la orden. Claro que aquello era un pavo; pero un pavo vivo. Y, per a súmmum, el pavo más desangelado y raquítico que se había visto mai a la nostra terra. Ya sabía Joan que, por mucho que maquillara a aquel feo bicho, ninguna de sus parroquianas lo mercaría para llevarlo a casa. Tenía mala pinta. Con todo, madre Assumpció, en lugar, como sería de justicia, de devolver el regal, telefoneó a la senyora Caterina para agradecerle el gesto y en nombre propio y de las monjas de la Santa Cruz desearle Bon Nadal.
Sor Neus había anunciado con alborozo la nueva: tenim carn!, a la cocina. De la cocina hicieron llamar al sagristà, para que viniera a matar el pavo aquel tan feo, del que no se sabía a ciencia cierta de qué color fueran las escasas plumas que le quedaban. Se presentó de inmediato el sacristán con un juego de cuchillos que le regaló su cuñado, y que estrenaría en el convento. Pero no hubo lugar a ello, porque madre Assumpció recordó entonces que la pobre Dolors no tenía qué ofrecer a su familia. Así que dispuso que, ya que estaba allí, el mismo sacristán, aquel aprendiz de matarife, metiera al pavo lleig i descolorit en un saco y lo llevara a casa de la pobre Dolors para la cena de Navidad.
Aquella Nochebuena en el convento de la Santa Creu se cenó sopa d’all i espinacs de l’horta. A las monjas les supo a gloria, porque en verdad aquello sabía mejor que el caldo de gallina vieja. Sin embargo, la familia de Dolors estuvo a punto de espicharla. Se conoce que el pavo tenía malas entrañas y asentó muy mal en el estómago de los comensales. Habían venido por Nochebuena desde la llunyana Andalusia a estar con la tía Dolores, la vieja.