Soñar, tal vez vivir

Pesca de arrastre

Y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.

La vida es sueño, Pedro Calderón de la Barca


Pesadilla tremenda la vivida aquella noche.

Yo formaba parte de la tripulación de un barco pesquero que regresaba tras pasar varias horas faenando en alta mar. La pesca había sido excelente. Ningún incidente reseñable.

Tras la maniobra de virado del aparejo, una vez izadas las redes, se habían abierto y depositado en cubierta las capturas. Luego se procedió a clasificar y guardar la pesca en la bodega.

Todo se desarrollaba con normalidad cuando, de repente, las cosas cambiaron. El estallido de un relámpago anunció el inicio del temporal, paulatinamente aumentó la fuerza del viento y la lluvia hizo acto de presencia. El barco comenzó a cabecear y a balancearse de babor a estribor.

Todavía estábamos muy lejos de la costa, a unas cuarenta millas. Y ahora se nos presentaba un escenario de tempestad. Un oleaje tremendo comenzó a zarandear la nave como si estuviera hecha de papel. Por si fuera poco, llovía cada vez con mayor intensidad y, lo peor de todo, no había luna ni estrellas que alumbraran un poco la escena, con lo que la sensación de miedo y desamparo eran enormes. Parecía que el abismo había abierto sus fauces y amenazaba con tragarnos en un santiamén. La angustia, transformada en auténtico pavor, nos oprimía el pecho a los que formábamos parte de aquella tripulación.

Al final, de tanto desesperarme y removerme, desperté angustiado y, durante un segundo tan solo, disfruté del alivio que supone haber dejado la pesadilla atrás.

Había regresado a mi mundo real.

Nada había cambiado.

Me di cuenta de mi lamentable situación.

Seguía tumbado en el suelo, frío y duro como una lápida. Seguía allí, encadenado al muro y con grilletes en los tobillos. No sé qué hacía yo soñando ocupar el lugar de un pescador del primer mundo cuando no dejaba de ser un simple esclavo del tercero y que sería subastado en el mercado esa misma mañana al mejor postor.