Solimán Despuig i Bilbeny, cronista local y profeta

Vidas ejemplares

Solimán, a sus cincuenta y dos años, a principios de un octubre, caminó cabizbajo hacia el antiguo fregadero en la salida del pueblo, por el camino entre los pinos anémicos. Sumergió las manos en el agua gélida y se frotó el rostro. Cuando el agua regresó a su estado quieto, se contempló en el espejo. Vio a un hombre cansado, ojeroso, solitario. Apenas se reconoció en esa cara vieja. Pero Solimán sabía que ese figurón era él, sin duda alguna.

Solimán fue Geroni antes de ser Solimán, antes de convertirse al islam tras toda una vida de católico ferviente y desdichado. Casado durante tres décadas con Isolda Bonesvalls, tal como se refirió en estas páginas en su momento1, en el día más oscuro de su vida descubrió que su mujer estaba amancebada con el párroco de Sant Ferriol d’Entremont, hombre de pocas entendederas y de escaso atractivo físico. Tras el divorcio, Isolda se puso a lesbiana y luego desapareció de la faz de la tierra civilizada, para emigrar sola a una isla africana.

Solimán empezó entonces una dura carrera de apologista del islam en su propia tierra, de hondas raíces cristianas. Si el dios de los cristianos le había puesto pruebas insuperables, el de los moros no se quedó a la zaga: él era el único mahometano de su comarca y eso le conllevó desprecios, chanzas y más de una buena paliza. La conversión religiosa le vetó el acceso a las mujeres, ya que incluso las musulmanas de otras comarcas le rechazaron: las unas, por demasiado exótico, las otras, por su edad provecta y su resentimiento vital. Solimán convirtió la masía paterna (Can Serrallonga) en un émulo de una mezquita pueblerina. Expulsó a los cerdos de la granja y compró ovejas, cubrió el suelo de alfombras y tiró al contenedor gris las fotos de sus ancestros. Pasaba el día cumpliendo con las exigencias de su nueva fe y, solo por Navidad, se permitía comerse un pedacito de turrón de Alicante mientras se flagelaba con una cinta adhesiva para atrapar moscas hasta dejarse la espalda como un ecce homo.

En el año 1331 según el calendario musulmán (1993 en el romano), Solimán se plantó en la plaza mayor de San Ferriol y advirtió, con gritos maravillosos, que se aproximaba la reconquista musulmana y que más les valía a todos hacer como él y convertirse a la fe del profeta Mahoma, ya que en cuanto llegasen las huestes de Alá no habría piedad para los infieles.

La policía autonómica le llevó enseguida a consultas y se pasó cuatro días en el calabozo de Olot, sometido a toda clase de vejaciones: fue obligado a comer jamón y panceta acompañándose de cerveza y de vino tinto del Ampurdán y le hicieron prometer que diría la verdad ante una imagen de Jordi Pujol de la cabeza del cual salían rayos fosforescentes. Solimán juró no pertenecer a ninguna célula islamista, proclamó su renuncia a la violencia y besó la imagen del presidente regional para certificar su buena voluntad. Solimán fue liberado por falta de pruebas. Tras lo cual llevó una vida discreta y paciente de rezos, meditaciones y reflexión.

En el año de 1336 (es decir, 1998), Solimán publicó Abraham a Catalunya: les arrels mahometanes del poble català i la repressió insofrible que ha viscut, (autoedición). Nadie compró su libro. Aunque el dato sobre las ventas no sea relevante en Cataluña, Solimán lo aprovechó para crearse una imagen de víctima.

Tras este episodio, nada más se sabe de Solimán. Debemos esperar hasta 2018, cuando la asamblea local de la Candidatura d’Unitat Popular de Banyoles decidió hacerle un homenaje a Solimán Despuig bajo el título Despuig i Bilbeny, crònica d’un genocidi. El acto, al cual asistieron tres vecinos, terminó con cánticos a la causa del pueblo saharauí. Solimán no pudo acudir al homenaje: había muerto poco antes, víctima de una apoplejía mientras les daba pienso a sus ovejas. Los apacibles herbívoros se permitieron una licencia en su dieta y le devoraron con sumo ahínco.

(1) Isolda Vallbona i Bonesvalls, ingeniera de caminos y vidente