Soledad

Retales

Sole estaba acostumbrada al monte, al río helado de esos inviernos crudos de las tierras del norte, a los hayedos nevados de los meses fríos, al caserón con el portón que abría su padre cuando volvía de la caza con los lebreles. Sole era fuerte y dura como la tierra que la llevaba a lavar al río, a ese río al que había que acudir y romper la placa de hielo con la mano o con un pedrusco para encontrar el líquido, que se escondía, taimado, bajo un cristal frío y translúcido, y limpiar allí la tripa donde embutir la carne de los chorizos en tiempo de matanza… 

Cuesta entender qué hace Sole en Barcelona. Será que ha huido del agua del río, será que allí, de donde es, ya no quedaba nada para ella. Ser hija de primeras nupcias no resulta fácil siendo mujer y viviendo en tierras de campo y monte. ¿No echa en falta el perfume del monte, el silencio del hayedo, ese cielo zarco de la sierra, el trajín del caserío, el matorral, el estallido verde y floral de primavera…?

Se pasea por las Ramblas de esa ciudad condal tanto en tiempos de guerras, de entreguerras, como de postguerras. Soledad es guapa: esa belleza campesina de principios del siglo veinte. Se hace llamar, o la llaman, Sole. No le gusta que la llamen Marisol como algunos pretenden. No juega con su aire montañés.

Tiene unos ojazos azules como el cielo limpio de su monte. Luce vestidos que ella misma confecciona; se hace mirar. No ha tenido muchas dificultades para salir a flote sin ayuda alguna en esta nueva tierra, aunque habla castellano. Es lista, resuelta y muy trabajadora. Sus arrestos son muy clásicos. De la época, se podría decir.

Ahora va acompañada de un caballero, colgada del brazo de él. El caballero debe ser algo mayor que ella. Se han casado. Cómo pueden entenderse resulta difícil de comprender. Él, republicano, ella ni esto ni aquello, pero religiosa y mujer al uso con todo lo que eso quiere decir. De todos modos, se entienden. 

Cuando los tiempos enloquecen, la vida se complica en Barcelona. Ella, un día, esconde a alguien en el fondo de la vivienda familiar. ¿Por qué lo hace? Ni ella misma lo sabe. Es un cura. Pariente de unos a los que ella sirvió. Viven en la zona noble de la ciudad; son acaudalados, poderosos, con nombre y apellidos, sobre todo apellidos. Será agradecimiento al trato patriarcal que reciben las modistas, las sirvientas… será esa religiosidad inculcada desde antaño, ese paño eclesiástico que cubre a las mujeres.

Un trío de hombres, entre los que ella cree reconocer a uno —compañero de su marido— irrumpe en su casa, dándole santo y seña. Le piden que les deje entrar y les diga dónde está el cura que se esconde en la parte trasera de la casa. Dan nombre y apellidos del personaje. Ella jura y perjura que no, que allí no hay nadie, que no hay nadie dentro de la casa, solo ella. Aclara que su marido, y menciona su nombre, ahora no está. A lo que le responden que si lo dice la mujer del camarada seguro que es cierto; podemos creerte, oye Sole con el vozarrón del de las barbas. Y sin forzar la entrada le dan los buenos días y se largan. 

Sole respira hondo cuando está segura que ya deben andar lejos. De uno u otro modo encuentra la forma en que el escondido pueda irse sin riesgo y la casa queda de nuevo vacía. ¿Se lo dijo a su marido? No se deben preguntar aquellas cosas que no conviene saber.

De jefe general de correos a cartero pasa su marido. El que escondió y salvó la vida, personaje importante de la curia en la Barcelona de aquellos tiempos, salva al jefe de la casa de su despido y de la cárcel. Favor por favor. Es ella quien ha rogado que la ayuden. Y lo hacen. Ella lo hizo por uno de aquellas gentes y ahora ellos lo hacen por uno de su familia. Le parece justo. ¿Se olvidan los bandos? ¡Qué cosas tienen las guerras!

De todos modos, Sole seguirá casi toda su vida entre dificultades. A los pocos años de casada se vuelve a quedar sola. La muerte sorprende a su marido inesperadamente y arremete contra ella. Se encarama de nuevo a la aguja y a la máquina de coser. Nadie la ayuda, ni tan siquiera la familia de él. 

Debe ser que algunos círculos viciosos se suceden en algunas vidas. A Sole le ha tocado.


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