Habrán pasado los setecientos años de miseria que nos esperan y algún individuo dirá que el arte y la razón son dos bienes que aún se pueden recuperar.
Poco a poco empezarán a arreglarse las cosas y cuando todo esto se haya arreglado, los niños ya no serán maleducados y las “seños” dejarán de ser pánfilas.
Las señoras maduras serán muy bellas, si cabe más que ahora, que ya es decir, y los señores no harán ningún esfuerzo por esconder su barriga, pues todos lucirán una natural tableta de chocolate en su región hipogástrica. Así las cosas, el consumo de silicona se habrá acabado.
Se acabará la torpeza y los pasajeros de los autobuses ya no chocarán entre sí. Los bares y restaurantes no tendrán wifi, en cambio, sus lavabos o aseos serán limpios, muy limpios.
Habrá bocadillos de panceta para todos y los rodaballos al horno podrán degustarse a la sombra de las acacias, escuchando el canto de los pajaritos.
La roca de Sísifo se habrá desgastado y sólo será un pequeño guijarro que el maldito condenado lo llevará en su bolsillo mientras pasea por la ladera del monte, caminando entre los mirtos olorosos y al atardecer descansará contemplando el mar antiguo.
El holandés errante habrá llegado a buen puerto, donde su amada le jurará amor eterno y vivirán más de una noche de amor y asomados a la ventana contemplarán el océano del norte.
Los cinco panes y los dos peces, después de multiplicarse, se convertirán en tartas Sacher.
Némesis será una diosa más figurativa que ya no querrá trastornar el orden del universo.