No hay nada que pueda afirmarse sobre Carlos Wieder, el poeta aviador que escribía versos en el aire con el humo que desprendía su avioneta. Creo que lo único indudable es que el poeta aviador era chileno. Algunos dicen que el avión era un Messerschmitt B109, quizás el mejor avión de combate de la Segunda Guerra Mundial. Pero cuando uno repasa los archivos descubre que quien afirmó lo del Messerschmitt, estaba loco y era tan fiable como eso, como un orate.
Aunque algunos dicen que Wieder se llamó Ramírez Hoffman antes que Wieder, y otros nombran a Alberto Tagle o algo así, siempre parecen referirse a la misma persona, un poeta joven que frecuentaba los círculos de los poetas jóvenes de Concepción y que cometió un crimen horrible en Nacimiento, algo más al sur de Concepción, después del golpe de estado. Dicen que estuvo liado con una chica y con su hermana gemela a la vez. Me dijeron de él que, como poeta –antes de lo de los aviones–, era discreto o débil, o incluso que jamás vieron ni un solo verso de su puño y letra. Pero la verdad es que el asunto de las gemelas es un poema muy bueno (y envidiable, para qué no admitirlo), un poema deslumbrante sobre el desdoblamiento o la identidad dual o algo por el estilo. (A lo mejor solo es una metáfora chusca y facilona del ménage à trois.)
Si el avión que usó Carlos Wieder para su primer poema de humo fue un Messerschmitt u otro modelo es cosa de la especulación, de la duda. Dicen que esos primeros poemas de humo en el aire fueron frases dispersas, en latín, sacadas del Génesis. Los unos afirman que desapareció con su avión entre las nubes negrísimas de una tormenta en el cielo de Santiago, pero hay quien sitúa su muerte muchos años más tarde, en un apartamento de Lloret de Mar. Aunque, a decir verdad, su cadáver nadie lo vio: solo sé que hay un tipo por ahí que dijo haberle pegado un tiro por encargo de alguien del que no quiso revelar su nombre, filiación ni detalle alguno. Solo que era alguien rico, importante o influyente. Quizás solo era influyente pero no rico.
Me produciría bastante regocijo saber que Wieder (o Tagle, o Hoffman) solo es el personaje de una historia, quizás uno de los muchos pseudónimos de un poeta, un pseudónimo que cobró vida propia y se desdobló. De muy joven conocí a un poeta que se parecía a García Lorca y además era andaluz, de gestos elegantes, algo femenino. Mi amigo el poeta andaluz se hizo guardia civil, y supe por otros que estuvo en el País Vasco y luego se metió en asuntos de la inteligencia militar, aunque nunca mató a nadie ni le pegaron un tiro en un pueblo turístico de la costa catalana. Me gustaría verle alguna vez, y si así fuera, le regalaría el libro en donde se habla de Wieder porque creo que le gustaría.
Más de una vez pensé en convertir a mi amigo el poeta andaluz guardia civil en personaje, para construir una novela breve ficcionando su vida, partiendo del hecho muy literario de que de él solo sé lo que mi mala memoria me conserva, de cuando hablábamos de poesía tras las clases y teníamos dieciséis años. Aprovechando eso y que todo lo demás lo sé por terceras personas que hablan de oídas o fingen hacerlo, y quizás finjan por miedo a contar cosas de alguien que trabaja o trabajó en los servicios secretos del Estado, nunca se sabe en qué berenjenal tremebundo puedes meterte. La gente es fantasiosa pero más bien cobarde (fíjense ustedes en esos aguerridos patriotas que se amilanan hasta simular ser corderitos menguantes cuando un juez les pregunta).
Cuando pensé en escribir una novela sobre el poeta andaluz me asusté y decidí escribirle a través de un enlace virtual. Le conté mi proyecto y le pedí permiso. No me respondió. Bueno, en verdad sí me respondió. Lo hizo vagamente sobre los asuntos más triviales, nostálgicos y pusilánimes de mi misiva, pero nada sobre el tema principal. El sentimentalismo nos gusta a todos, parecía rezumar su respuesta (escueta, cordial y protocolaria), pero si te quieres arriesgar, arriésgate por tu cuenta y riesgo. “¡La literatura no es para cobardes!” me dije yo, y me puse a escribir algunas líneas en una libreta, intentando describir una escena en el instituto, cuando yo tenía dieciséis y él catorce y (él) venía de escribir un poema brillante que contaba un episodio de la prehistoria: cuando un protohumano articuló un sonido y otros comprendieron un significado. O pensaron (o creyeron) haber comprendido algo.