Hace muchos años valoré la posibilidad de añadir este suplemento a mi indumentaria. Pasado de moda como la pajarita, el monóculo, el sombrero o el bastón, pero cinematográficamente perfecto. Para algunos, simple necesidad estética con la que maquillar la pérdida de un ojo; para otros, mera pose exhibicionista a los que el alcohol o las ganas de reírse del personal jugaba malas pasadas, apareciendo un día con el parche en el ojo izquierdo y otros en el derecho. De esta clase era el que usaba John Ford o el de Nicholas Ray, que ni era tuerto ni perdió nunca su mirada salvaje sobre el género humano. Tuerto era otro de los grandes, Raoul Walsh, que perdió un ojo en una cabalgada, en la que una rama le vació una de las cuencas sin perder maestría en su cine. Y hubo más tuertos reales o imaginarios, temporales o episódicos, como el gran Fritz Lang, que perdió su ojo derecho y ello le provocaba, según sus palabras, dirigir la mirada de su cámara hacia la izquierda, compendiando en su indumentaria el summum del complemento, parche en el ojo derecho y monóculo en el izquierdo. Tuerto terminó siendo Samuel Fuller, o tuerto de los de verdad era André de Toth, quizás el más injustamente menos conocido de todos. Reales o imaginarios, todos estos tuertos jamás perdieron su capacidad para mirar y plasmar imágenes entre nubes de alcohol, excesos o, simplemente, con su innata capacidad para hacer obras maestras del cine. De los tuertos es el reino del séptimo arte.
Pero no quería escribir de directores, ni de personajes reales, tampoco quería hablar de una película en concreto, pero sí de una escena, casi de un fotograma, y darle la vuelta. Explicar cómo un simple instante, fugaz y efímero, cuenta tantas cosas si el espectador es capaz de sustraerse a la belleza sobrehumana de sus protagonistas. Él lleva parche, ella no. Ya intuimos que no es un parche realmente necesario, pero nos da lo mismo. De hecho, que tape uno de sus ojos azul cristalino sería un obstáculo para apreciar su atractivo magnético, pero el director filma a sus personajes de perfil y eso nos ofrece toda su belleza en esplendor. De ella, las incipientes ojeras no impiden la armonía del conjunto, ni la frescura de la nueva clase social que se está acercando a las antecámaras del poder. En la imagen hay complicidad, atracción y cercanía, pese a que acaban de conocerse. Aislada la escena de su conjunto, nadie podría afirmar que entre esa mujer y ese hombre no hay conocimiento previo. El hallazgo susurrado al oído de ella, la mirada que se escora hacia el objeto del comentario, el interés de ambos sobre lo que queda fuera de nuestra apreciación muestra a una pareja en perfecta armonía, se acaban de conocer, pero sabemos que será para siempre. Cuando se filma la película la pareja tenía veintiocho y veinticinco años en la vida real, aunque para la historia son más jóvenes sin decírsenos cuánto.
Él se llama Tancredi y ella Angélica, su risa incomoda en los salones que empieza a frecuentar por su espontaneidad y timbre. Él está llamado no a suceder una línea dinástica, sino a mantener la máxima de que todo cambie para que todo permanezca. Ella es la heredera de un imperio económico conseguido de manera fraudulenta a través de la política. Nobleza y clase política maniobran fuera de campo para que ambos jóvenes se enamoren y den nacimiento a un nuevo mundo, donde no bastan los apellidos y los títulos si no vienen acompañados de dinero y propiedades. Pero yo hablaba de un parche, el parche de Alain Delon, el mismo Delon que años después le confesaba a Claudia Cardinale que tenían que haber sido pareja, que hubieran sido míticos. Un parche colocado para incorporar una aureola heroica en Tancredi como garibaldino de primera generación. “Un mosquito se me metió en el ojo”, dice Tancredi cuando le preguntan por la herida, porque apenas es tal. Volver del frente de batalla sin rasguño alguno habría de ser poca cosa para su futuro. En el fondo, ese parche solo demuestra la ambición del personaje, capaz de renegar de la camisa roja automáticamente para vestir el uniforme real. Para Tancredi se trataba de cambiar de dinastía al mando y no de aupar a los desharrapados al poder. Su ímpetu, su vitalidad, sus ganas de diversión, su manera de convertirse en el centro de las reuniones en casa del Príncipe de Salina muestran que el parche es una parte de su disfraz para colocarse en los centros de poder.
La distancia, el parche, la cortesía exenta de complicidad e intimidad con su prima Concetta, en la fiesta dada para agasajar al alcalde y a su hija, desnudan a Tancredi porque su atención cambia de objetivo, y aunque nunca miró a Concetta sino como una pieza sustituible por alguien mejor para sus propósitos, en el ambiente familiar se daba por hecho ese enlace. Fuera de campo de ese fotograma con Angélica inclinada sobre los labios de Tancredi Falconeri, está la mirada decepcionada, pero clarividente, de su prima Concetta, la mirada satisfecha del alcalde Don Calogero y la mirada previsora y que acepta lo que ve del Príncipe. “El Tancredi que conocía nunca hubiera dicho eso”, dirá después Concetta cuando escucha a Tancredi despotricar de los garibaldinos. El héroe provisional se ha desprendido de ese manto que ya no le sirve y se identifica con la sucesión del Antiguo Régimen. A Tancredi, como a Mao, poco le importa que el gato sea negro o sea blanco mientras cace ratones. Y al Príncipe le gustaría que su mundo, el de un vals antológico que detiene el tiempo, se perpetuara generación tras generación, pero como ya no es posible, por lo menos que en ese despreciable porvenir la familia tenga un digno representante que sepa interpretar bien los cambios. Delon cambiará el parche por el bigote, los restos de la rebeldía por el símbolo del estatus nobiliario entre tanto advenedizo. Delon magnetiza la pantalla y conquista al espectador, salvo que comparta plano con el Príncipe, como enamoró al director que se imaginaba en el papel de Cardinale. No podía ser y ya no hubo más colaboraciones entre Visconti y Delon, pero otro día podemos hablar de ese actor de tan mala prensa y filmografía tan extensa y excelente, incluso podemos hablar de su homofobia, su machismo, su conservadurismo, pero hoy solo quería hablar de parches en la historia.
He escrito sobre películas, pero en el fondo el parche es un instrumento utilizado continuamente aunque no sea visible. Solo lo sentimos los ciudadanos a diario.