Esnifamos sin parar, polvo de hadas. Peter tiene encerrada a Campanilla en una jaula. El sábado pasado descubrimos que le gusta la poesía de Carlos. Juan Carlos, el primero. Desde entonces recitamos sin descanso.
Se pone como en trance y revolotea frenética tras los barrotes. Recogemos, aplicadamente, la arena brillante en un cajoncito diseñado exprofeso e instalado a tal fin en la base. Los niños perdidos hacen los coros. Como arcángeles. Garfio y Wendy bailan rumbas catalanas en catalán. Los piratas se emborrachan y cantan. Como obliga su naturaleza. Cantan en voz alta las hazañas rítmicas y pastoriles que brincan entre los versos duros y divertidos por el regalo del intelecto. Prometeos de capa y espada. Elegantes.
Nos alabamos mutuamente las habilidades en los juegos sagrados. Porque nos queremos. Y nos sabemos los más grandes de los gigantes. Titanes. En cuerpo y alma. Nombramos dioses. Creamos y destruimos a partes iguales. Justicieros. Implacables. Y reventamos.