¿Por qué no vives de tal manera que, a la hora de mirarte al espejo, te enorgullezca enamorarte de ti mismo?
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Algo tienen en común estas palabrejas con los proverbios de Confucio, las máximas de Buda, las sentencias de Mahoma o los preceptos de Jesús: muchos concuerdan en ellos, pero ninguno los practica.
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¡Ay, Dios mío! Líbrame de esta degeneración: no permitas que llegue a convertirme en un puñetero moralista.
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Esto de poner por escrito las normas de un buen vivir… Esta ridícula pretensión de adoctrinar a los semejantes en la esperpéntica aventura de la vida con palabras, seducciones, razonamientos, camelos y caramelos… me parece una putísima mierda. Mucho más vale un beso en la mejilla, una sonrisa sincera, un caluroso apretón de manos, un puñetazo a tiempo.
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“Rebajar el sufrimiento a la categoría de costumbre”, dijo una vez Rosa Chacel. Y yo le doy la razón a Rosa: ¿Qué otra cosa mejor cabe hacer, si, desde el principio de los tiempos, los humanos hemos rebajado la costumbre a la categoría de sufrimiento?