Las «patatas a la importancia» es un plato muy popular y económico. Es una preparación culinaria sencilla que se cocina en dos etapas: la primera es una fritura y la segunda un guiso.
Las patatas cortadas a rodajas se rebozan primero con harina y huevo y se fríen, procurando que no se amontonen. Luego se cuecen en un caldo, añadiendo una picada de ajo, perejil, sal y azafrán. Opcionalmente se puede agregar un poco de vino blanco. Se sirve en cazuela de barro, caliente y recién elaborado.
Como aditamento hay quien añade chorizo o almejas, pero se comete un error fatal cuando alguien las gratina con queso manchego.
Nos encontramos, pues, con una elaboración preparada en dos fases y, además, con alguna añadidura.
Viene a ser algo así como un acto de creación literaria.
En literatura también hay que contar con una primera fase: la concepción de la idea, y una segunda fase, consistente en la expresión literaria de esta idea. Luego el autor añade el aditamento que quiera. Opino que cuanto más aditamento, más enmascarada queda la idea y la expresión. Si además se gratina la escritura con algún elemento pestilente, el resultado puede llegar a ser una argamasa ilegible.
Lo peor de estas elaboraciones, tanto de las patatas como de las literaturas, son los añadidos de magnificencia o de gran condición. Son patatas y es literatura y nada más, y cuando las encontramos calificadas con expresiones tales como “a la importancia” empezamos a sospechar.
Añadir al guiso el calificativo de “a la importancia” son ganas de aparentar. Y esto acontece también en muchas literaturas, y sobre todo con muchos literatos que se ven en la necesidad de comportarse de formas raras y vanidosas para dar una apariencia esencial, destacada, influyente o soberbia. Son autores engreídos. Son autores “a la importancia”.