Él vivía como un cabo suelto, libre de ataduras. Cansado de aguantar su propia vela, le atrajo la recta firmeza de ella. Primero, la rodeó con curiosidad. Tras una segunda vuelta en torno a su largo talle, sintió el vértigo de la ligazón y se alejó. Pero al contemplar la trayectoria que había recorrido antes de su encuentro, deseó superar esta etapa. Con un ágil brinco pasó por encima de todo aquello y volvió a acercarse a la que se había convertido en su nueva línea del horizonte, esta vez dispuesto a abrazar sin miedo su cintura. Una vez cumplido su deseo, solo faltaba un último paso: con un fuerte tirón, se amarró definitivamente a ella en un perfecto nudo de Boza.
Ella, que había surcado tantos mares, se abstuvo de explicarle la provisionalidad de este enlace. Qué distinta habría sido su navegación si él hubiera optado por un nudo Hunter.