Navidad gore

Lengua de lagartija

 

Los tres asesinos más mortíferos y repudiables del penal compartían celda: Ángel Priorello, pederasta y sacerdote excomulgado, violó 36 niños, la mayoría monaguillos, cuatro de ellos fueron asesinados para evitar que lo denunciaran, sus cuerpos aparecieron en una fosa común bajo una losa en el suelo de la iglesia. Damián Cobos: había sido dueño de la carnicería más importante de la ciudad, muchas noches las dedicó a inmolar a pobres mujeres que hacían la ronda en los barrios de mala fama; las descuartizaba, devoraba las partes blandas y repartía tripas y otros despojos en las áreas de juegos infantiles de los parques públicos. Alberto Carballo: seducía viudas ricas y ancianas adineradas, una vez que se hacía con la fortuna de las víctimas les aplastaba las cabezas bajo una prensa destinada a laminar objetos metálicos.

Después de muchos años en el talego habían desarrollado entre ellos relaciones de amor–odio que los mantenía vitales. Los demás presos los esquivaban, y ninguno de los tres tenía a nadie fuera del penal. Habían sido condenados a cadena perpetua, pero tenían planes de fuga.

En el otro extremo de la ciudad, en uno de los barrios más opulentos, se encontraba el palacete de la familia Núñez Gallardo. El hijo menor, Enrique —al que todos llamaban Quique—, tenía sus aposentos en la planta alta de la mansión.

Quique Núñez Gallardo era un muchacho de buen corazón y estudiaba sociología. Ninguno de sus allegados sabía decir si la sociología y la bondad constituían una unidad de destino en lo universal, pero el hecho cierto es que Quique esperaba licenciarse como sociólogo y aspiraba a la santidad. En calidad de sociólogo acudió al penal para hacer un estudio de campo; la tarea consistía en visitar a los tres criminales más execrables de aquellos años. En calidad de bueno y aspirante a la santidad les llevó ciertos regalos: latas de galletas, chocolates, cigarrillos, bufandas, libros de auto-ayuda, folletos de viajes por el mundo y un televisor. Quique Núñez Gallardo tenía la convicción de que ningún hombre es por completo malo: todos son redimibles, pensaba. Al recibir los presentes los tres criminales soltaron abundantes lágrimas y se abrazaron con Quique Núñez Gallardo, que también rompió a llorar.

Un par de meses después los tres degenerados finalizaron la construcción del túnel que los llevaría de la celda a la libertad. Al encontrarse en la calle se vieron ante el dilema de no saber adónde ir. Carecían de dinero y solo tenían lo que llevaban puesto. Al fin decidieron esconderse en un poblado de miserables chabolas situado junto a una amplia zanja por la que corrían aguas usadas que arrastraban animales muertos, desechos industriales y excrementos humanos y animales. Con maderas robadas en una construcción, cartones acanalados y arpilleras levantaron una choza que haría de improvisado hogar.

Al aproximarse la Navidad los prófugos se preguntaron si la festejarían de algún modo. En los meses anteriores el ex cura Ángel Priorello había estado recitando el Catecismo en voz alta y durante todo ese tiempo no dejó de sermonear a sus compañeros con intención de que todos ellos se acercaran a Dios. Pues sí, como quiera que fuese conmemorarían la Noche Buena. Alberto Carballo asaltó un bazar chino y, después de apuñalar al dueño, se hizo con el dinero de la caja, un precioso arbolito, luces parpadeantes, bolas de todos los colores y muchas guirnaldas.

La noche del 22 de diciembre celebraron un conciliábulo dedicado a la organización del evento.

—Deberíamos hacer algo original para animar la fiesta —dijo el carnicero Damián Cobos.

—¿Y a ti qué se te ocurre? —preguntó el ex cura Ángel Priorello.

—Yo tengo una idea —proclamó el asesino de viudas y ancianas Alberto Carballo. ¿Conocen ese lema que recomienda sentar un pobre a la mesa familiar? Pues yo propongo que hagamos lo contrario: sentemos un rico a nuestra mesa.

A todos les pareció una propuesta brillante, de modo que el siguiente día Quique Núñez Gallardo recibió la tarjeta de invitación en el domicilio paterno.

La noche del 24 de diciembre los depravados habían engalanado el interior de la chabola con el primoroso arbolito poblado de adornos. También iluminaron el recinto con muchas velas de diferentes colores. A las 21 horas se presentó el bueno de Quique, elegantemente vestido y acarreando numerosos regalos: ordenadores portátiles, muñecas inflables, corbatas de seda y calcetines de lana. También traía turrones duros y blandos, panettone italiano, dos botellas de vino francés y otras dos de cava. Los forajidos lo abrazaron con mucho afecto. Una vez sentados a la mesa, Quique Núñez Gallardo se golpeó la frente con la palma de la mano y exclamó:

—¡Vaya!, me olvidé de traer el pavo de Navidad.

Los otros tres comensales sonrieron de manera un tanto extraña.

—No te preocupes, muchacho, el pavo ya está aquí —dijo el carnicero Damián Cobos. Blandía en ambas manos dos enormes cuchillos destinados a despiezar reses.