Testimonio
Eran las doce del mediodía de un día desapacible. Estaba tomando café en un bar. Había asistido al funeral de un amigo en un tanatorio de las afueras de una ciudad de los alrededores de Barcelona y ahora esperaba a otro amigo. Todo lo que está fuera del centro de Barcelona me parece el quinto pino. Y estar en esos sitios me desarraiga un poco, me descoloca. “Me he quedado corto de bocadillos”, oí que le decía el camarero a un habitual de su bar.
Eso me hizo pensar en el diálogo de una película (Nunca más): Jennifer López había encontrado el teléfono de la amante de su marido y lo llama a través de él. «¿Eres mi pequeño cruasancito?», responde el marido pensando que era su amante. «No, soy tu barra de cuarto», le dice Jennifer. Y pienso que los guiones de las películas no están bien hechos porque ¿cómo te quieren hacer creer que un marido puede dejar a una mujer como esa? Como la Jennifer López, digo. Con esas caderas que tiene y esa estructura corporal tan bien hecha. Y además es que es guapa. Como mucho puedo entender que el marido quiera probar nuevas experiencias con otra pero ¿dejar a Jennifer? A veces en momentos tristes nos vienen a la cabeza cosas tontas como esa, el cerebro es así. Un batiburrillo de cosas que salen cuando no lo esperas.
Seguí pensando en barras de cuarto y bocadillos, en lo que había dicho el camarero y en el funeral. Y me pregunté si no nos habríamos quedado nosotros también cortos de bocadillos. Nosotros, así, todos, en general. Me estaba poniendo ñoño, cursi, mojigato, era una de esas veces que te ensoñas y te da por hacer una mezcla de poesía y filosofía barata mezclada con nostalgia, algo muy básico propiciado por el día desapacible y la muerte de mi amigo.
El caso es que mi amigo no era tan amigo. Había ido a su funeral por obligación. Y no sé por qué no era tan amigo porque él se esforzaba y era muy amable conmigo. No me caía bien. Lo encontraba un plasta y un pesado. Los seres humanos somos así, estamos mal hechos, hay personas que quieren ser amigos tuyos y tú les das de lado, sin motivo cierto, porque sí.
El camarero tiene una justificación para haberse quedado corto de bocadillos, hacerlos cuesta tiempo y dinero, y si no los vende se pasan y los tiene que tirar. ¿Qué justificación tenía yo para no haber sido amable con una persona que lo era conmigo? Ahora ya está muerto y enterrado. Ya no habría más bocadillos que dar o compartir. Ni una sonrisa. Ni un gracias, ni un ¿qué tal?
Decido no seguir por este camino de la cursilería filosófica que les he dicho. Las posibilidades de jugar con tu cerebro son muchas pero hay limitaciones. La principal es no dar golpes con él y no recibirlos. Un cerebro es muy valioso pero también es muy frágil. Mejor no seguir pensando tonterías.
Manuel Sanjulián, amigo de sus amigos