Matarile

Entre líneas

 

Buscas en la cómoda, en el bolso y en el taquillón del recibidor y no hay manera: no las encuentras, te desesperas, no puede ser, estaban ahí… Anoche las guardaste como un tesoro, hacía tanto tiempo que no encontrabas las palabras precisas… que ahora que ya las tenías te desespera haberlas perdido. ¿Dónde se habrá metido ese corrillo de palabras con el que compusiste aquel texto tan hermoso que ahora quisieras releer? ¿Se habrán fugado con la noche hacia otro lugar? 

Lo recuerdas muy bien: llovía mientras volvías a casa en el coche y el agua salpicaba el cristal  una y otra vez; fue entonces cuando escuchaste cada gota como quien escucha una palabra y lo comprendiste todo, sin perder detalle, eran palabras armónicas que repicaban como las letras que tecleas en tu Underwood, con el mismo ritmo y de la misma manera, y te maravilló esa posibilidad de descubrir un nuevo sendero por donde recorrer con palabras lugares inéditos.

Te duele no encontrarlas; piensas que tal vez se han perdido definitivamente como en otras ocasiones se han extraviado otras tantas que creías magníficas y originales. Es entonces cuando crees recordar que no es la primera vez que te ocurre: ¡cuántas veces has creído encontrar las palabras justas por la noche, agazapado en tu cama, o al amanecer, o al detenerte en algún lugar y escuchar el silencio en la lejanía!

Ahora dudas, no sabes si esas palabras perdidas existieron alguna vez. Quizá la lluvia de anoche te obnubiló demasiado, quizá la música resonaba con fuerza en el auto y te transportó a algún lugar donde cualquier palabra era capaz de transcribir lo que sentías en frases, en imágenes y deseos, pero ahora, desnudas las palabras de esa melodía, no las reconoces, no te parecen las mismas, y apenas  te conmueve aquello que anoche te pareció casi un arte, arte en mayúsculas en forma de letra.

Fotografía de Alex Prager