Marx puede esperar

Casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine


Cuenta Marco Bellocchio en un documental que recomiendo buscar y ver —Marx può aspettare (2021)— que eso le dijo su hermano gemelo Camilo cuando, allá por su juventud embutida en la perpetua búsqueda de revolucionar el mundo, le anduvo pinchando con sus apremios políticos.

Pues sí: Marx puede y debe esperar cuando temas mucho más vitales le asaltan a uno. Había cosas más importantes, piensa ahora Bellocchio, tras dedicar su película a repensar, cincuenta años después, con la ayuda de toda su familia, en la desaparición, en 1969, de Camilo.

Es un documental que recomiendo a quienes se han emocionado con alguna película del cineasta, porque gracias a él se puede ver de otra forma toda su obra. De repente, con su contemplación, se averigua que su reflejo en ella de la locura, de sus ataques al fanatismo religioso o al lastre de la familia que siempre contiene, no son por algo circunstancial y genérico, sino que obedecen a aspectos vividos, claramente autobiográficos.

Uno de los familiares supervivientes, a los que pregunta para reconstruir la infancia y juventud, suya y de su hermano gemelo, es su hermana María Luisa. Bellocchio la entrevista siempre acompañada de su otra hermana, Letizia, quien repite alguna de sus palabras que cree puede haber resultado confusa, porque María Luisa es, desde su nacimiento, sordomuda.

Habiendo sido su madre seguidora fiel de la doctrina católica más severa, cuyas ideas parece que supo transmitir sobre todo a sus hijas, Bellocchio le pregunta a María Luisa por sus expectativas de una supuesta vida futura, sobre qué querría ver en la prometida vida eterna:

—No quiero ver a Dios —contesta María Luisa—. Allí querría ver a mamá, a papá, a mis hermanos, a la familia —dice con ese tono hueco, pero profundo, de los sordomudos que han aprendido a emitir palabras, aunque no las pueden oír.

Bellocchio pone entonces una foto grupal, de todos los miembros de su familia que le quedan con vida: hermanos, hijos, sobrinos, nietos… Ni que decir tiene que el efecto es inmediato, humedeciéndote los ojos de forma súbita, por la lucidez emocional de entender no solo la escena, sino todo lo que representa que el cineasta la ofrezca ahora, casi al final, por ley natural, de su carrera.

Tras una autocrítica por la frialdad y la falta de amor que pudo dominarle en algún momento, de lo que se arrepiente enormemente, acaba la película.