Llueve sin pausa

Crónica de los días que pasan

 

Llueve inconteniblemente. Días enteros, sin tregua ni remisión posible.

Las calles rezuman soledades de carácter estrambótico, como de viejos caparazones de galápago extraviado en medio de un aguacero, que rebosan de agua de lluvia recién caída, procedente de nubarrones morados y sempiternos.

Torpes y resignados, los transeúntes avanzan hacia un nuevo año intangible, invisible. Tan solo son capaces de imaginar el tránsito con un esfuerzo ímprobo de la imaginación. Los calendarios de papel ayudan a imaginar este futuro, y tachando uno a uno los números orientativos a medida que las noches se suceden, todos estamos conformes. Son soporte y guía de la inseguridad y el vacío. Cartón pautado para caminar sobre el filo.

Tú y yo continuaremos sin entendernos, condenados a un desasosiego invasor. La incomunicación es nuestro bastión y nuestra insignia, y no, no te preguntaré jamás por el tamaño de tus sueños, ni si te has depilado las cejas, ni me incumbe ya mucho tu horario del gimnasio. Aprendí a no realizar preguntas incómodas. Lo que yo piense carece de importancia. Lo que considero preguntas necesarias, a pesar de su aparente sencillez, también.

A veces la frivolidad esconde un mundo inabarcable y riquísimo, repleto de sutiles matices. De suculento aroma a necesidad y exploración. Frivolidad igual a mundos interiores, a mares de misterios y alabanzas. Pura vida escondida en los colorines habitables del exterior. Mausoleo de amores incompletos e inaccesibles. El murmullo del viento trasegando muy adentro.

Llueve y llueve. Fantasmas húmedos exploran ya nuestros zapatos. Asfalto, suculento asfalto resbaladizo que apetece y entronca.

 


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