Testimonio
¿Las ciudades son un decorado? Sí. ¿Son un decorado no inocente? Sí. Bien, hasta aquí creo que todos podemos estar de acuerdo. Pero ¿por qué decirlo con estas palabras? «Decorado» tiene la connotación de falso, artificial y mentiroso, y «no inocente» nos hace pensar que puede ser culpable, ¿es así como vemos nosotros a las ciudades?
“El ruido de un arroyo es más monótono que la voz de una mujer”, escribió Marguerite Yourcenar. Otra vez lo mismo. Si unimos monótono y voz de mujer estamos asociándolo. Y eso no es bonito aunque digamos que no es así. El mal ya está hecho.
En la calle Urgell de Barcelona, frente a la Escuela Industrial, vi un vado con un letrero que decía: “Se llamará grúa”. Alguien había escrito debajo:”¿Y si es niño?”. El letrero era una indicación coactiva, lo escrito debajo era una burla consentida por el idioma.
Son palabras, son juegos, son engaños. Tú quieres decir una cosa y entienden otra. O hacen un chiste. Y así siempre. Ilusiones. Mentiras. Malentendidos. Chanzas.
Pero es igual, yo no quiero hablar del idioma ni de palabras, quiero hablar de ciudades y de su alma. La ciudad tiene que pertenecer a la gente, no a su gente, a la gente en general, y por eso no ha de tener alma, o tener un alma poco definida, o mejor, tener muchas almas para que todo el mundo pueda hacerla suya.
La ciudad es la morada del heterodoxo y del disidente y es el único lugar que les proporciona sustento y cobijo. Eso está muy bien. La ciudad. La ciudad-refugio. Pero no te engañes, la ciudad es una enorme trampa que atrapa a incautos e ingenuos atraídos por su maravilla. Y allí se quedan porque fuera de la ciudad hace mucho frío.
“Tiene una sonrisa de chacal o de hiena, no sabría distinguirlo”, dices de tu vecino del rellano. Y es cierto. En la ciudad hay tanto animal suelto reconvertido a la fuerza por la civilización que el rictus que les ha quedado no aclara con certeza sus orígenes.
Ya hemos llegado al meollo, a la joya de la corona, al bálsamo de Fierabrás: la civilización. La civilización es el mejunje, el ungüento que todo lo uniformiza para que seas educado y tolerante. Y para que digas, si has podido llegar hasta aquí, que lo que estás leyendo está muy bien aunque pienses que nada tiene sentido de lo que sea que tú sabes.
Gracias civilización por hacer más tolerable la vida ayudándote de la hipocresía, la lisonja y la pamema. Gracias ciudad por hacer que la civilización pueda desarrollarse de forma que nos permita ser personas, máscaras con derecho a una vida más humana.
Carlos Franciosa, hereje