La última cita

Oscuro, casi negro

 

 

Julia se fue con cierta sensación de culpa cuando lo dejó en la habitación del hotel. Aquellos encuentros de los jueves por la tarde empezaban a cansarla; llegar, desnudarse, hacer el amor desesperadamente durante un par de horas, una ducha rápida para quitarse su olor, conducir ya de noche hasta casa, la excusa para su marido, besar a sus hijas aún con el sabor de su saliva en la boca, ayudarlas con sus deberes y acostarse; darse la vuelta, “estoy muerta cariño”, y no poder dormir pensando en cómo le diría que esto tenía que acabarse de una manera u otra, que esto no era vida para él ni para ella. Quería a Mario, claro que lo quería, tantas palabras de amor en tan poco tiempo, tanta ilusión cuando se veían, cuando podían escapar juntos un par de días y el mundo se paraba. Pero sabía que él no podía más tampoco, que era un ser sensible y que le estaba haciendo demasiado daño, demasiado tiempo. Lo imaginaba sentado con las manos en la cabeza, bebiendo vodka, mirando por la ventana hasta el amanecer y pensando en ella, en como dejarla sin que la angustia se lo comiera. “Estamos jodidos, hemos creado un vínculo”. De tanto repetir aquella frase como un mantra para ahuyentar la desesperanza acabaron los dos desesperados. ¿Le quería lo suficiente como para apartarse de su cómoda vida burguesa y jugárselo todo en un divorcio contencioso? Porque su marido nunca se lo concedería. ¿Podría convivir con aquel hombre tan sentimental y triste? ¿Qué pensarían sus hijas, tan pequeñas, tan vulnerables? Todas estas preguntas que había evitado poniendo por encima un velo de amor y sexo se amontonaban ahora en su cabeza. Tenía que tomar una decisión y tomara la que tomara al final la víctima sería ella. A Mario le haría un favor dejándolo, seguro que ya estaba pensando que la había perdido, lo notó al salir de la habitación, en el silencio que dejó atrás. La vida está hecha de ilusiones que la realidad se encarga de romper una tras otra. La casa estaba en silencio, todos dormidos, una familia feliz. Julia se sentó delante del ordenador con una copa de vino y se dispuso a romper de una vez esa ilusión que le había mantenido la sonrisa en el último año. Brindó por Mario, por ella y porque el futuro no les doliera demasiado. Abrió el Messenger y su amor le había mandado una canción: “No volveré”. Bien, ya no tenía que decir nada. Julia se acabó la botella y se durmió. Ya no habría próximo jueves.

 

Fotografía de Daido Moriyama.


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