Hija de la Luna

Ultramarinos y coloniales

 

Páginas del diario del doctor E. Puerto, colegiado 15021, emérito del Instituto de Enfermedades Contagiosas, con permiso de la Autoridad Regional para estudiar los trastornos mentales de pacientes confinados en las instituciones del Estado.  

27 de junio de 1919:

Transcripción de una sesión de hipnosis a un paciente degenerativo terminal en el hospital del Instituto de Enfermedades Contagiosas. Nombre, datos y origen ocultos en la ficha. Análisis corporal, al final de la transcripción. 

Aclaraciones pertinentes:

Se me hace un llamamiento oficial y se me ordena que acuda urgentemente para realizar una hipnosis a un paciente terminal, con el fin de averiguar qué le ha ocurrido. Se me advierte asimismo de que toda la información derivada de mi intervención será confidencial y de alto secreto. Salgo inmediatamente.

Lo que encuentro me afecta profundamente, nunca había presenciado algo semejante. El paciente está echado de lado en la cama, puedo ver que tiene el cuerpo terriblemente desfigurado y su piel, en una primera impresión, parece estar quemada, como si le hubieran desollado y carbonizado a la vez. Sufre terribles espasmos y la enfermera, que luego abandona la sala, me ayuda a darle la vuelta. La cara está contraída en una mueca de sufrimiento extremo; la boca, medio arrancada y medio quemada desde dentro. Me temo que no podrá articular gran cosa.

No se cumplen mis pronósticos, pues pensé que despertaría constantemente y no es así: permanece en estado de hipnosis profunda durante toda la sesión. Le han administrado una cantidad ingente de tranquilizantes (morfina y otros derivados en experimentación), pero no deja de sufrir grandes convulsiones cuando llega a momentos críticos en la historia que ahora transcribiré, como si entonces su cuerpo cobrara vida (mientras su mente está bajo mi custodia) y se rebelara contra mí. 

El estado de la boca casi le impide hablar y todo su discurso es entrecortado y no lineal, y me he visto obligado a reinterpretarlo para mis anotaciones. En cualquier caso tengo la grabación que, estoy seguro, me reclamarán. Prosigo. Una última observación. Es más que probable que se trate de un campesino, ya que habla de una cabaña y un arrozal. Son estas gentes, de la parte más profunda de nuestro país y con menos cultura, las víctimas de las creencias populares más descabelladas, las más propensas a enfermedades mentales. 

Si no hubiera estado a priori convencido de su enajenación, me hubiera afectado intensamente su terrible historia. Tras oírla y practicarle una primera exploración se ha ido tornando más verosímil por su similitud con otras historias leídas en informes que he encontrado. Es demasiado pronto para desarrollar una hipótesis, pero es también urgente hacerlo, no se puede pasar por alto un riesgo de esta naturaleza. 

Transcripción (número 28, cinta 17J, caja 17):

(Corte 1) Lo primero que veo son sus ojos. Brillan en la oscuridad, en el camino, delante de mí. Se refleja en ellos la poca luz de la Luna que ilumina los campos esta noche. Son grandes y negros, como un charco oscuro; al mirarlos creo que me hundo en él, siento vértigo, son ojos sin fondo, no puedo entenderlo. Su cuerpo tan blanco destaca en la negrura del aire. Está desnuda. Parece poca cosa y a la vez muy dura, como de hierro por dentro. No es más alta que una niña. Tampoco sabría decir qué edad tiene. Es tan joven, parece muy joven si no fuera por esa mirada. Tiene el pelo muy negro. Creo que no es suyo, pero ese pelo la hace parecer humana…

(Corte 2) Porque no es humana.  Esta cosa que me mira con ojos grandes y negros, como llenos de tiempo, es la Luna. Me lo advirtieron los viejos; tonterías, no les hice caso. Y ahora sólo puedo pararme en mitad del camino que hago todas las noches al volver del arrozal hacia mi cabaña. Aquí sin poder moverme, a la luz de esos ojos y todo lo demás que parece haberse apagado. Espero. Como si eso fuera a servirme de algo. No me va a decir qué ha venido a buscar. Siempre ha sido así. Me lo advirtieron. Imposible de entender… quieta, tranquila… la madre infinita que espera. Me siento pequeño y joven; siento que  me puedo romper, que me voy a morir; es ella la que me hace sentir eso… Y ahora su cuerpo se acerca, siento maravilla, terror, me da vértigo; es como sí… como si lo infinito, lo eterno se hiciera carne, no sé explicarlo, no sé… al borde de un precipicio y creo que se me ha parado el corazón… no, late loco en mi pecho… sudor frío… La bestia no está a más de cinco metros, oh Dios…

(Digresión 1) Pues no sé, ella apareció de repente, detrás de un arbusto, un pequeño bulto, un animal que se esconde al oírme llegar; silencio, solo se oye cantar a los  grillos, el cielo parece mirar. Al llegar, veo a una niña pequeña, desnuda, y cuando ha abierto los ojos he sabido quién es… ahora estoy quieto, frente a esto, parece que va a saltarme encima en cualquier momento… pero me mira. No puedo entender qué quiere, solo puedo esperar a que se vaya. Nada más…

(Digresión 2) Los más ancianos del pueblo cuentan historias de un hombre antiguo que una vez se encontró con ella al principio del tiempo en estas mismas montañas.¡¿Qué pasaba?! No me acuerdo.

(Continuación)¿Qué puede pensar?¿Piensa? Esta bestia sin tiempo. Su cuerpo no es de carne, siento asco pero tengo deseos de tocarla… al pensarlo el corazón vuelve a palpitar como un loco en mi pecho y caigo… Me he levantado y la miro y creo que sonríe por lo que pienso, ve dentro de mi cabeza. Sus ojos brillan más aún. ¿Es buena?¿Me va a proteger?¿Solo quiere jugar conmigo y luego matarme? Sonríe… Ha abierto la boca, sus dientes son tan blancos que hacen daño… Sigo sin moverme, no puedo respirar… Dios mío, ayúdame…

(Corte 4) ”Sólo necesitas el miedo”. He oído sus palabras dentro de mí, con mucho dolor, mis carnes arden por dentro. Tiemblo y vuelvo a caer de rodillas. El aire se ha hecho más pesado. Después el silencio. El cielo que espera, no sé qué. Después una risa. Su risa. No es de mujer, ni de hombre, ni de bestia, es de todos ellos… de ninguno… Me levanto como puedo, estoy temblando otra vez y la miro. Pero otro calor distinto me viene… me arropa… su mirada se ha vuelto dulce… un ángel en la tierra… madre con mucho amor… no puedo más, lloro… Me miro las rodillas llenas de sangre, su boca ha comenzado a sangrar también. Una sangre negra y viscosa… vieja como el tiempo… Ella y su sangre, decían los viejos. Vuelve a hablar: “¿Quién soy?” Su voz grande me da miedo. Pero le contesto: “Eres la Luna”. “Me darás a tu hija”. No entiendo, le digo: “Yo no tengo ninguna hija». “Pero la tendrás, esta noche». Todo se vuelve negro y ella se lanza por fin a por mí, un abrazo tan grande como el cielo, tan cálido como todo el amor del mundo, tan lleno de dolor y placer como el nacimiento de un niño… 

(Corte 5) El sol me despierta, estoy tirado en el camino. Me hace daño la piel y me queman los ojos, me levanto como puedo, tengo el cuerpo débil, tiemblo, y una angustia me llena, nunca he sentido un dolor así, estoy en el infierno… comienzo a andar hacia mi cabaña, no sé qué me ha pasado, sólo quiero llegar y descansar…

Análisis corporal. Momentos después de la hipnosis, procedo al chequeo general:

Examen externo:

A primera vista parece un paciente mayor, de unos 60 o 70 años. Asombrado, compruebo que las uñas y los dientes pertenecen a una persona unos 30 años más joven. La degeneración del organismo es enorme. No puedo imaginar la causa. Tengo que informar al Instituto de Enfermedades Contagiosas, pues su piel parece quemada por una radiación externa, sin ninguna duda. 

Examen interno:

Más extraño aún. Encuentro que la quemazón procede también del interior. No entiendo bien el proceso. Encuentro las mucosas literalmente deshechas y gangrenadas. Parece como si un cáncer desconocido y tremendo hubiera atacado, desde la sangre, cada uno de sus órganos internos arrasándolos pero dejándolos vivos, no entiendo con qué finalidad. Todo es un misterio. Este hombre ha debido de sufrir lo inimaginable. Es evidente que la información de la enfermera de que llevaba aquí meses es un error, nadie puede vivir así tanto tiempo. He de hacerme con muestras de tejido y de sangre, ya veré cómo, y regresar cuanto antes a los laboratorios. 

Notas finales:

He venido estudiando tres casos oscuros de una naturaleza parecida, casos que se mantienen ocultos, desde que el hospital fue abierto hace cuatro centurias. No se ha hecho un análisis coherente ni se han clasificado los casos para un estudio conjunto. No entiendo por qué, o quizás sí: un desconocimiento total de las causas, del peligro real al que nos enfrentaríamos o su mero distanciamiento en el tiempo les ha hecho cerrar los casos sin mayor preocupación. Estoy absolutamente fascinado. Tras informar al Instituto y comprobar lo principal (que no hay riesgo de contagio) certificaremos su muerte y me gustaría abrirlo y estudiarlo pormenorizadamente. Puede ser la confirmación de que lo que parecía una locura no lo sea, de que ese ser exista realmente. No puedo cometer ningún error, debo dar los pasos adecuados, actuar con la máxima precaución y discreción. Estoy entusiasmado.

*****

En otros documentos se confirma el ingreso en quirófano del propio doctor E. Puerto. Por lo visto, tres días después de la hipnosis, el paciente cesó en sus convulsiones, abrió los ojos, susurró una palabra, se abalanzó sobre el doctor y le mordió en una mano. El doctor fue trasladado de urgencia mientras explicaba, desesperado, que ardía por dentro y pedía que lo mataran, antes de que fuera demasiado tarde. No hay registro posterior de lo ocurrido en el quirófano ni se ha encontrado rastro del doctor ni del paciente que había estado tratando.

Hoy sabemos que el buen doctor se equivocaba en una cosa: no era desconocimiento por parte del hospital lo que hacía mantener ocultos los casos, era su conocimiento. La palabra que el paciente dijo antes de morderle fue: “Sangre”. Más evidencias, más cabos sueltos, seguimos caminando a oscuras. Continuamos la búsqueda del último grupo y de lo que hemos llamado provisionalmente “la Portadora”. 


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