Si quieres regalar unos momentos de felicidad a los demás no tienes más que contarles tus desgracias. En general, el prójimo se regocija con el mal ajeno y se lo pasa bien viendo como los otros sufren o se accidentan.
Dile que estás mal de amores o que te has arruinado y harás feliz a tu vecino.
Cuando una mula se retuerce una pata y se cae, los paisanos que la ven suelen exclaman: ¡ay pobre animal!, pero si quien se cae es una persona, oiremos más de una risotada.
El mal proporciona dolor al que lo padece y felicidad a muchos de los que lo contemplan.
Pensándolo bien creo que no está mal valorar esta dimensión del dolor. Me refiero al factor positivo de proporcionar alegría al espectador, y si no podemos remediar el dolor que sufrimos, sí que podemos dar un poco de alegría al tontorrón que se alegra de nuestros males.
Los medios de comunicación conocen esta afición del tontorrón por el dolor del prójimo, y la explotan. Saben que el trancazo que se pega un piloto contra el muro genera espectáculo y no tardan ni un minuto, ni escatiman ningún esfuerzo en ofrecer sangre y dolor a la visión de los ciudadanos. Y el espectáculo continúa, y cuando nada malo ocurre ni en los circuitos, ni en los parlamentos, ni en las calles se suele decir que estamos en un estado de aburrimiento. ¿Será de “aburramiento”?