En defensa tímida de la mujer común

Isla Naufragio

 

Alegato

La mujer común no existe, oirá su señoría de cursis, relamidos y simples, que queriendo sublimar un ideal lo alejan de la realidad de cada día. Los halagos y piropos de estos individuos los hace falsos y cansinos, pero no por eso cejan en su empeño empalagoso y cotidiano, muchas veces zafio y desconsiderado.

La mujer común existe, señoría, y es evidente su presencia en todos los órdenes de la sociedad, empezando por la economía y siguiendo por la sanidad y la educación, por mencionar los tres pilares sagrados de la vida.

La mujer común existe y es un compendio de virtudes y defectos. Si queremos sintetizar esto que digo, diré que su mayor virtud es su mayor defecto: la comprensión. Comprensión que se convierte en amor, y muchas veces en amor necesitado, en sus papeles de esposa, madre, compañera y amante. Amor sin lógica egoísta a su marido fiel y a su marido ingrato, a su hijo bueno y a su hijo descarriado, a su amante apasionado y a su amante esquivo, dando todo sin exigir nada, entregándose a sí misma como moneda, como bálsamo, como alimento, esperando la única recompensa de ver la felicidad en los que ama.

La mujer común no busca la perfección ni la belleza porque además de que no existen sabe que nunca serán suficiente. Busca, exige, y encuentra cuando puede, estabilidad y cariño. Y en su afán de que la vida siga empuja y empuja supliendo las carencias de los que le rodean.

Señoría, la mujer común no espera reconocimientos, esos deberían darse por derecho, sólo desea que la vida siga, el bullir, dice ella, que la vida no pare, que a un día le suceda otro, que nada ni nadie seque el manantial que brota, que todo discurra de tal modo que la vida en condiciones pueda ser posible. La mujer común existe pegada a la tierra, viendo como todo pasa tan rápido que se queda con la impresión de que se pierde algo, y que ese algo que se pierde era lo mejor.

Así es, señoría, como en su rostro a veces puede verse un brillo desencantado, una cierta necesidad no satisfecha, un ¡ay! que más que dolor es carencia de lo que no se atreve a ambicionar.

Por todo lo expuesto y porque es de justicia, señoría, pido su absolución.

Rosendo Masquefa, abogado de oficio (causas perdidas).