El pundonor de los desposeídos

Casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine

 

Gracias a una entrada ilustrativa de Facebook, caí hace no mucho en que utilizamos mal la palabra «dignidad» y, sobre todo, el calificativo «digno», que así suelto, sin decir de qué se hace digno el calificado, debería provocar que el oyente o lector se quedase en ascuas, esperando algo más, como echa en falta unos metros de carretera aquél que va a todo ritmo y de repente ve que ha llegado ya al borde de un precipicio. Y, sin embargo…

El protagonista de Umberto D. (Vittorio de Sica, 1952) es un jubilado que no sabe qué hacer para seguir malviviendo él y su perro, ya no encuentra escapatoria alguna. Su mísera pensión no le da ni para comer, debe varias mensualidades de la habitación de la casa de huéspedes donde la patrona le desprecia y maltrata hasta desalojarlo, ha vendido todo lo que le puede suponer un mínimo ingreso complementario para su subsistencia, lo ha intentado todo.

Llegado a ese punto, decide pedir limosna por la calle. Se coloca apoyado en un murete junto a la entrada del Panteón de Roma, ensaya un poco y, cuando ve que va a pasar una persona junto a él, le extiende la mano para intentar recibir alguna moneda. El paseante se detiene y busca en sus bolsillos. Umberto D. detecta su gesto, dándose cuenta de que está a punto de descender otro escalón, quizás ya irrecuperable, en su proceso de degradación. Entonces mira al cielo, voltea la mano y la vuelve a extender, simulando que sólo comprobaba si llovía. El posible donante, algo extrañado, abandona su primera intención y sigue su camino.

El comportamiento de Umberto D., que no sólo no le va a librar de su penosa situación, sino que encima le barre una posible salida de urgencia, conmueve a este espectador. Hasta el punto que, de no haber leído por Facebook las cosas que he leído, diría que lo hace a mis ojos aún más digno.

– ¿Digno de qué?

– No sé. A los desposeídos no les quedan demasiadas opciones.