El lector

Perplejos en la ciudad

 

No le insultaron ni le acusaron de obscenidad por leer un libro de poesía en la vía pública, sino que lo empujaron contra la pared, sin decir nada, lo tiraron al suelo y le dieron varias patadas; después, le arrancaron el libro y lo arrojaron a la cloaca. “Nos quedamos con tu cara de idiota”, le advirtieron, y se fueron calle arriba, riendo.

Él, desde el suelo, se arrastró hasta a la boca de la alcantarilla, introdujo el brazo, estirándolo cuanto podía, alargando los dedos de la mano de un lado a otro de la alcantarilla, en busca del libro. “Toda búsqueda es vana y lo que se arroja aquí nunca se recupera”, le dijo una mujer que se acercó a él. Llevaba en la mano un rata muerta envuelta en hojas de papel. Al arrojarla a la cloaca, una de las hojas de papel se pegó al pantalón del hombre tumbado en el suelo. La mujer se fue, sin despedirse ni comentar nada más. La hoja de papel tenía algo escrito, lo leyó, pero no era un poema de amor, como hubiera ocurrido en un cuento fantástico, sino una simple reclamación por una factura impagada del gas.