El aliento de María Jesús

Las horribles historias de Sileno

 

Maria Jesús huele a fresa. Hoy lo he podido comprobar, sentado a su lado en la consulta del médico. Nunca la había tenido tan cerca. Desde mi asiento, oía su respiración agitada y ansiosa y, por primera vez, la he podido gozar a solas. Seguramente ha dejado a la perra con su novio, en la calle. ¡La de veces que he querido abordarla mientras se tomaba un café con leche en la terraza del bar y la puta perra me ha echado para atrás! Y es que no puedo con los perros. Ni siquiera soporto al de Ginés, mi amigo del alma.

Maria Jesús es de pequeña estatura, morenita y de carnes prietas. Viste jerséis ajustados y minifalda. Le gusta la playa y los bronceadores. Estos días, a la salida del verano, está tan negra como el picón. Los días de diario se gana el sueldo como cajera en el supermercado. Siempre de negro, con botas de caña alta. Siempre con tacón. Y es que Maria Jesús tiene un novio que le dobla la altura y ella tiene que ponerse de puntillas para besarle el bigote sin que él tenga que acacharse demasiado. Soy de la opinión de que ese novio no le conviene.

Hay mañanas en las que los veo despedirse en la calle cuando ella se marcha al trabajo y él se queda en el bar de Braulio a repetir el carajillo antes de largarse con la guitarra y el sombrero hasta la puerta del Corte Inglés. Ella entonces se eleva sobre sus tacones y, al elevarse, se le sube también la falda y deja los muslitos morenos al descubierto. Abraza a su novio y le besa apasionadamente. Luego desciende a su nivel natural, se dicen un par de cosas y repiten. Están muy acaramelados. A veces consiguen ponerme cachondo y me imagino metiéndole mano a Maria Jesús por debajo de la falda y acariciando sus glúteos bronceados. Hay días en los que parece que no vayan a despegarse nunca, hasta que el larguirucho se la quita de encima, harto de doblar la cerviz.

Viven en el bloque de al lado. Maria Jesús se agenció a ese tipejo —que es italiano— en la puerta del Caprabo, donde amaneció un día tocando la guitarra y cantando piezas melosas de Andrea Bocelli y Umberto Tozzi, canciones que consiguen calentar y confundir a las señoras. Por lo visto el italiano se saca buenas propinas —al menos, más que yo cuando finjo cojera a la puerta de la iglesia—, y ahora repite en El Corte Inglés, porque la clientela del Caprabo ya la tiene amortizada. Además, Maria Jesús no quiere tenerlo cerca todo el día. O sea que se morrean y después cada uno a lo suyo hasta la hora de cenar.

Yo debo admitir que el asunto me carga, porque podría haberle entrado a Maria Jesús en el pasado, cuando el larguirucho todavía no existía; pero no lo hice por la perra y por algo de vergüenza, ya que le doblo la edad. Si Maria Jesús tiene treinta, pongamos por caso, yo ya estoy jubilado, pero me conservo perfectamente. Delgadito y tieso como un bacalao. Y también pienso que es mejor doblarle la edad y no la altura. Al menos yo no la obligaría a pasarse el día de puntillas.

Maria Jesús huele a fresa o, quizás, a Bisolvón Compositum, que es el antitusígeno que suele recetar el doctor Farreras en el ambulatorio. Maria Jesús y yo somos pacientes del mismo médico, un buen tipo. Si tienes tos, Bisolvón Compositum; si además tienes fiebre, Bisolvón Amplicilina. Farreras no es como el doctor Carcedo, que cada vez te receta una cosa y acabas liándote. En fin, hoy he observado que Maria Jesús, además de olor a fresa, respira haciendo ruido. Y he pensado lo chulo que sería meterse con ella en la cama y oírla jadear haciendo el amor. Serán los nervios, digo yo, o el asma. ¡Habría que oír cómo resopla al llegar al orgasmo!

Ella me ha precedido con Farreras y luego nos hemos cruzado al salir. Yo, como hago siempre, le he sonreído con descaro. ¡Qué buena estás, guapa!, le he susurrado con la mirada.

Como tengo buena amistad con el doctor, no he tenido empacho en preguntarle por Maria Jesús y comentarle cuánto me gustaría echarle el lazo. Farreras ha sido explícito:

—No te conviene esa chica, Marcial: lo suyo se llama enfisema pulmonar y no me hace caso. No para de fumar. Mal camino. Además, ya la he tratado de los nervios en un par de ocasiones. Me parece que Maria Jesús no rige como debiera.

Me he quedado de piedra. Vale que Farreras y yo tengamos algo de amistad y se agradece la información, pero a veces no es necesaria tanta franqueza.

—¡Y eso que tú le gustas, Marcial! —ha proseguido—. Me ha preguntado por ti y, lógicamente, le he recomendado seguir con el italiano, porque tú no le convienes.

—¿Entonces…? —he murmurado aterrado.

—Entonces, nada. Le he contado lo de tu disfunción eréctil y tus abscesos perianales. También lo de tus hemorroides y los extrasístoles ventriculares, para que vea que no eres una buena opción.

Me he despedido de Farreras tartamudeando. Luego he ido a la farmacia y he coincidido allí con Maria Jesús. Los dos hemos disimulado. Ella ha comprado su Bisolvón Compositum —sabor a fresa— y yo mis anestésicos para el culo. Lo del Vardenafilo lo he dejado para otro día.

En la puerta de la farmacia esperaba el italiano con sus dos metros de altura, la perra y la guitarra. Al salir, Maria Jesús se le ha colgado del cuello para morrearlo.