Agradecido

Oscuro, casi negro


El bar La Plata está en mi esquina. La avenida del Olivo es tranquila, tiene seis carriles con una medianera arbolada y está enfocada al este, con lo que da el sol en las terrazas durante todo el día. Allí se reúnen los habituales del barrio de cuando los edificios VPO de enfrente eran un centro de distribución de droga al por mayor en los ochenta y noventa. Heroína. Un grupo que hoy tiene una edad indeterminada difícil de calcular. Las drogas han cambiado, pero ellos no. Se han adaptado. Hoy se vende y se compra al por menor sin demasiado disimulo y puedo oír sus conversaciones en la mesa de al lado. Un gitano delgado y con bigote Clark Gable, cazadora de cuero y zapatillas New Balance fosforito les abastece y les trata como hermanos. O primos mejor. Ahora es coca, hachís y éxtasis o rohipnoles, roches como les llaman en el talego. Allí dicen que tomarse un roche es quitarse un día de condena. 

La peña la componen un tipo de algún grupo heavy con una melena escasa y blanca, otro delgado y rapado, tan delgado que sus ojos azules salen de su cara, una tía que debió ser guapa y aún conserva algo de ese pasado y algunos otros que orbitan en ese rollo. Consumen cerveza en latas de un euro como el agua. Hablan del día, de lo que van a hacer. «Pillamos cervezas y pasamos la tarde en casa de Moni. La farlopa y la maría a medias», dice ojos azules, y otro joven muy colocado pregunta por el tabaco. Le dicen que pase y que ya habrá tabaco. Ponen música en los móviles, desde ZZ top a Loquillo, Ilegales o Siniestro Total. Uno dice que le gusta Rodolfo. Nadie cae en quién es, me levanto a pedir otro café y le digo: Rosendo. «Sí tío, Rosendo». Me coge de los hombros con una mirada sin apenas pupilas y empieza a cantar «Prometo estarte agradecido». Me invita a una birra y hablamos de la música y de drogas. Le digo que también tengo un pasado. Amigos muertos por meterse en vena caballo demasiado puro y estancias en psiquiátricos o en la trena.

Al final se marchan hacia la casa donde van ya con todo comprado para no recuperar la conciencia hasta el lunes y me dicen si quiero ir. Moni coge del brazo al Rodolfo, que viste un chaleco y lleva una manta sobre los hombros como un apache, y tira del grupo hacia su destino. Les digo que gracias por las cervezas y el apache me sonríe como si viera el fantasma de su padre.

Creo que voy a dejar el alcohol.

(Fotografía del autor)


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