Después de la Segunda Guerra Mundial se pusieron de moda los estudios de semiótica, pero antes de esa época ya había interés por la comunicación no verbal. En la primera mitad del siglo XX algunas personas, consciente o inconscientemente, ya actuaban como semióticas al centrar su atención en los movimientos corporales y faciales de la gente. Ese podría ser el caso del escritor ampurdanés Josep Pla, quien, a principios del siglo XX, en su dietario El cuaderno gris, en la anotación del día 16 de abril de 1918, escribe unas observaciones acerca de la comunicación facial como si fuera él mismo un investigador semiótico.
Josep Pla explica que aquel día de mediados de abril paseaba por las calles con el exclusivo objetivo de mirar la cara de la gente: «La cara de los hombres y de las mujeres que han pasado de los treinta años ¡qué cosa más impresionante!, ¡qué concentración de misterios minúsculos y oscuros, a la medida del hombre; de tristeza venenosa e impotente, de ilusiones cadavéricas arrastradas años y años; de cortesía momentánea y automática; de vanidad secreta y diabólica; de abatimiento y de resignación ante el Gran Animal de la naturaleza y de la vida!»
Pla actúa como un semiótico que sabe que los signos faciales son los indicios más claros del estado emocional de las personas y que, a través de ellos, se pueden interpretar la alegría o la tristeza, el miedo o el afecto, la vanidad o el abatimiento, la claridad o la oscuridad… Si en algunas ocasiones la expresión facial puede expresar el estado emocional de las personas, en otras puede resultar ambigua, enigmática y llena de misterio, y esa segunda vertiente es la que más impresiona al escritor ampurdanés.
Ese día Pla también se fija en otra gran fuente de comunicación: los ojos. El hecho de evitar o mantener la mirada ya aporta una gran cantidad de mensajes; los ojos son la puerta del deseo, el afecto, el contacto, las pasiones, la indiferencia o el rechazo: «Hay días que invento cualquier pretexto —dice Pla— para hablar con la gente que me encuentro. Miro sus ojos. Es un poco difícil. Es la última cosa que la gente se deja mirar. Me horripila ver la escasa cantidad de personas que conservan en la mirada algún rastro de ilusión y de poesía –de la ilusión y de la poesía de los diecisiete años–. De la mayoría de los ojos, se ha evaporado todo brillo por las cosas inconcretas y graciosas, gratuitas, fascinadoras, inciertas, apasionantes. Las miradas son duras o mórbidas o falsas, pero totalmente arrasadas. Son miradas puramente mecánicas, desproveídas de sorpresa, de aventura, de imponderable».
Del general —la cara—, al particular —los ojos—; de la semiótica, a la literatura; esos son los pasos que sigue el escritor para mostrarnos su peculiar visión de la gente (y del mundo) a principios del siglo XX. Cuando Pla escribió esas observaciones semióticas apenas existía bibliografía sobre las expresiones faciales, salvo la descripción de la cara de un moribundo, de Hipócrates, la obra de Charles R. Darwin The expression of the Emotions in Man and Animals (1872) y algún estudio sobre el aspecto físico o la voz.
En la segunda mitad del siglo XX y especialmente en las décadas de los setenta y de los ochenta, la semiótica se convirtió en un tema estrella en todo el mundo y desde aquella época hasta hoy se han publicado numerosos estudios sobre ese ámbito del conocimiento. El interés de Josep Pla por los signos faciales a principios del siglo XX es un ejemplo de cómo, a veces, la literatura se convierte en una técnica de conocimiento que se avanza a la investigación humanística o científica.