Briznas de mala suerte

La termita y la palabra

 

— Hola, buenas tardes.
— Buenas.
— Perdone, ¿tendrían, por casualidad, los volúmenes del canzionere de Petrarca que publicó Cátedra?
— Sí, ahí, a la salida.
— Gracias, muchas gracias.
— Ugmmmm, de nada.

Me dirijo hacia la salida. Excuso apuntar dónde estoy. Solo diré que es una librería barcelonesa de las grandes. Llueve. En la calle, llueve; dentro, empieza a llover. Estoy triste. Dolorido. Desengañado. No importa. De pronto, sin disimulo, un guardia escudriña mis pasos. Al instante, lo presiento detrás. Ignoro su presencia. Voy a los estantes laterales de la puerta en busca de Francesco. Imposible encontrarlo entre un maremágnum de julias navarros, dans browns, jorges bucays y paulos coelhos. El guardia, sin disimulo, me bloquea la puerta. No sé qué le escama más: mi paso vacilante, mis manos trémulas, mi desclasada educación al preguntar… Ignoro su presencia. Me acerco a la caja:

— Buenas tardes, ¿puedo hacer una consulta, por favor?
Una chica de mediana edad levanta sus ojos de la pantalla del móvil.
— Diga —responde volviéndolos a bajar.
— Mire, su compañero me ha dicho que a la salida encontraría el cancionero de Petrarca y no lo encuentro, discúlpeme.
— ¿Ha mirado en la sección de música?
— No —respondo aterrado.

Intento explicarle que… pero desisto. El guardia, que ha dejado la salida y ahora está cerca del mostrador, mira a la dependienta de la caja; ella, a él. Para mi fortuna, a esa hora primeriza de la tarde no hay nadie. Me disculpo por nada. Invento una excusa, les agradezco su tacto y me voy. El guardia, sin hablar, escolta mi salida desde la caja.

Ya en la calle, ahora sin lluvia (también sin Petrarca), trato de entender qué diablos me ha pasado. Al regresar a casa, decidido a entregarme al monstruo cuando el monstruo quiera (de un tiempo a esta parte me siento un estorbo en el mundo), releo los sonetos gongorinos, algún whatsap antiguo, las cartas de una amiga e intento escribir.

No volveré a pisar esa librería. Si vivo porque vivo. Si muero por razones obvias. Tenía razón el triste. Vivimos en un mundo (perdonen el exabrupto) encabronado…


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