Advertencia
Las bienaventuranzas bíblicas te prometen lo que no tienes, pero que deseas y necesitas, como el consuelo, la misericordia o la justicia. Eso está muy bien, y es muy esperanzador, y la esperanza es muy necesaria para vivir, pero no te engañes, sigue leyendo, si en tu caso lo crees necesario y, si no, déjalo.
Te decía que las bienaventuranzas están muy bien, pero, entiéndelo, las bienaventuranzas no son un contrato, no son promesas reales que tú puedas llevar ante un juez y exigir su cumplimiento, las bienaventuranzas son, en este sentido, papel mojado, nada útil que pueda servirte de algo.
Sin embargo, la bienaventuranza que nosotros te proponemos:
“Bienaventurados los que tienen sed de amor
porque ellos seguirán sedientos”
es verdadera, se ajusta a la realidad y no te llevará a engaño, no te decepcionará y sabrás que tu sed de amor es muy posible que no se sacie nunca.
Y no es porque no haya en el mundo amor suficiente para todos, no es eso. El amor no es un bien del que disponer a voluntad, y, aunque así fuera, tampoco habría amor para ti porque se lo quedarían los que más tienen. Pero no es el caso: el amor, volvemos a decirlo, no es un bien en existencia, es un bien que se produce al instante en muy raras circunstancias.
Para que el amor se produzca se necesitan dos o más seres humanos con unas cualidades, o carencias, que nadie sabe especificar y que, merced a una serie de combinaciones químicas, hace posible que el amor surja de forma auténtica y manifiesta. Nadie sabe cómo se produce este fenómeno. A veces el amor es instantáneo, una mirada, una palabra y ya está, y, a veces, es más lento, pero nadie sabe cómo se ha producido y nadie controla el resultado. Y, de la misma forma que el amor surge, también puede desaparecer sin que nadie sepa cómo ha sido, y un mal día te puedes dar cuenta de que el amor que cultivabas se ha secado y ya no puede dar los frutos apetecidos que tanto te gustaban.
Nuestra bienaventuranza prometiéndote que seguirás sediento de amor podría parecer fútil, y hasta cínica, y no es así, te decimos la verdad y no te damos falsas esperanzas que te llevarían a la infelicidad y, sobre todo, te proclamamos bienaventurado en el sentido de bendito, sencillo y de pocos alcances, estado beatífico necesario para alcanzar la paz, el verdadero estado de la felicidad.
Habrá quien en estos momentos estará revolviéndose en su silla pensando que prefiere un minuto de amor en lugar de una vida de paz bendita y sí, ay, esos son los infelices, almas de cántaro en busca de metas imposibles que venden su alma por un instante de locura. A estos les recuerdo un artículo sobre Trump de Timothy Snyder en el New York Times en el que decía “el que hayas vendido tu alma no significa que hayas hecho un buen negocio”. Pues eso, aplícate el cuento.
Y sin salir de los USA, y para redondear, ayer vi la película Perversidad en la que Edward G. Robinson se pregunta “¿Cómo será que te ame una preciosidad así?”. No te preocupes, Edward, si no has tenido suficiente en cómo te va en la película yo te contesto: te irá muy mal, una preciosidad así no te amará nunca, y en el caso de que te ame puede ser, y podemos asegurarlo, será peor.
Roberto Grande, crítico de cine