Biblioteca post mortem

Biblioteca low cost


Los fundadores de la biblioteca tenían ideas extrañas.

Umberto Eco: El nombre de la rosa.


Los amantes de los libros construyen con el paso del tiempo su particular biblioteca y quieren saber qué va a ser de sus libros cuando mueran. Algunos letraheridos prefieren donar en vida su biblioteca a una institución para que personas interesadas la pueda consultar; otros la ceden a la familia para que conserve las joyas librescas o las vendan en una subasta. Algunos pocos incluso designan en el testamento a amigos o amigas como receptores de algún libro importante como regalo post mortem en señal de vínculo y de amistad. 

Una biblioteca particular es la imagen de la persona que la ha creado. Umberto Eco explicó en una entrevista que su biblioteca se componía de cincuenta mil libros, pero que se debería distinguir entre biblioteca personal y colección de libros antiguos, de estos últimos tenía unos mil doscientos títulos. Los libros modernos son los que compró a lo largo de su vida o que le regalaron; los antiguos, los raros, son los que eligió y pagó la cantidad que le pidieron para obtenerlos.

Eco explicaba también que los hijos mostraban poco interés por sus libros; la hija consultaba a menudo el herbario de Mattioli del siglo XVI, y al hijo le placía que su padre tuviera la primera edición del Ulises de Joyce, pero poca cosa más les interesaba. Eco manifestó que, post mortem, no quería que su colección de libros se dispersara, prefería que su familia la donara a una biblioteca pública o que la vendiera en subasta a una universidad.

Para Eco una colección de libros es un fenómeno solitario, masturbatorio, que ha costado muchos años de búsqueda, y pocas veces se encuentran personas que compartan la pasión por las colecciones de libros antiguos. Con los cuadros ocurre todo lo contrario, si posees una pintura importante en casa, las amistades te visitan para admirarla.

Un amante de las letras como Umberto Eco, con obra traducida a distintos idiomas, tiene un problema añadido: qué hacer con las traducciones. Su novela El nombre de la rosa se tradujo a más de cuarenta y cinco idiomas, el escritor tuvo que habilitar un trastero para aparcarlas, de cada traducción le enviaban de cinco a diez ejemplares; su trastero custodiaba más de cuatrocientos volúmenes de esa obra.      

Eco se convirtió en un bibliófilo después de los cincuenta años y pagó una suma importante de dinero a la aseguradora de su colección de libros. No temía a los ladrones de apartamentos porque estos saben poco de libros y no son peligrosos; a quienes temía de verdad era a los ladrones bibliófilos que roban un libro para venderlo a buen precio a un librero entendido en la materia; también temía al coleccionista loco que sabe quién posee el volumen que desea y envía a otra persona a robarlo.

Eco decía, con ironía mordaz y cruel, que su colección de libros era tan especial que no sabía a quién podría interesarle: «¿Me la comprarán los chinos?, ¿interesará quizás a los investigadores chinos que quieran entender todas las locuras de Occidente?», se interrogaba cuando hablaba de sus libros.