Si el paladar arde, en esa zona de carne de naturaleza caracolera en la que se acopla con la campanilla, me agencio un bebedizo, helado o hirviente, y lo propulso, hábilmente, a ese lugar en llamas. Picante puede ser también el líquido que me aturda esa piel interna, o especiado y dulce, pero siempre poseedor de cualidades térmicas extremas. Sólo el frío y el fuego, grandes efes efectivas, aplacan el rasposo dolor que amplía mi sensación de tener un espacio interior, una bóveda insondable justo detrás del tabique nasal. Jugando a ser ballena resoplo infusiones por todo lo alto. Y, si coinciden molestias de paladar y una flauta de brut nature a mano, el burbujerío revolotea presto sobre la lengua y alcanza, con ánimo de bombero, la zona que agradece los chispazos de aguja, el mordiente del alcohol y la gracia lenitiva de los cinco grados centígrados. Bebedizos, dadme estos, u otros, bebedizos, que ya me encargo yo de en remedios convertirlos. Seguiré contando.
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