Ataúd

Repertorio personal para gótikos
Ataúd de plomo de Augusta Raurica

Ataúd: Caja o recipiente alargado, generalmente de madera, donde se deposita un cadáver para su enterramiento o cremación. En este caso pueden ser sustituidos por uno de cartón u otro material de precio módico antes de entrar en el horno, y alquilarse el de gala a la funeraria para el velatorio y réquiem de cuerpo presente.

Se fabrican también de plomo por motivos de higiene para el caso de decesos ocasionados por enfermedades infecciosas, pero su producción ha disminuido porque en ellos el cuerpo del finado tiende a convertirse en vampiro energético o emocional, vulgarmente conocido como “plomazo” o “pelmazo”. No se alimenta este de la sangre de sus víctimas sino de su energía, que extrae a fuerza de conversaciones o monólogos plomizos. El vampiro plúmbeo no escucha nunca al interlocutor. Estos seres revenidos aún pululan en pueblos y ciudades, hasta el punto de que pocos mortales se libran de tener el correspondiente en la familia, el taller o la oficina. Algunos aparecen en Navidad o Nochebuena para amargar la fiesta a sus deudos. Los más peligrosos son los desconocidos pálidos y ojerosos que te piden fuego y con tal excusa pegan la hebra. El vampiro psíquico más famoso en la actualidad es Colin Robinson, personaje de la serie neozelandesa Lo que hacemos en las sombras.

Algunos ataúdes de nobles guerreros otomanos y boyardos estaban forrados con piel de león, lo que les daba un aspecto tan formidable como confortable. ¿Quién no querría reposar en uno de ellos para soñar los sueños de la muerte? El vampiro Louis de la Font du Lac de Entrevista con el vampiro solía acoger en su ataúd a la pequeña vampira Claudia creada por él y por Lestat, y dormían juntos en tan estrecho espacio, según la pícara escritora Ann Rice, que se convirtió al cristianismo, a lo mejor escandalizada por las locas aventuras de sus elegantes monstruos.

Aunque casi sinónimos por el uso que se hace de estos términos, ataúd no es lo mismo que féretro, lo cual suele estar en relación con la brecha de clases, pues por lo general desde la época victoriana el ataúd es de pobres y el féretro de gente de alcurnia o acomodada. El féretro es rectangular y de igual anchura por arriba y por abajo, sin que se indique el lugar de la cabeza y los pies de su habitante. Quizá por ello su diseño suele permitir que se abra por la parte superior para que pueda verse de busto al muerto embalsamado durante el velatorio. 

El ataúd, por el contrario, es hexagonal por arriba y decreciente en las piernas para ahorrar madera, y sólo se abre por una de sus partes laterales como una almeja.

Los musulmanes no utilizan ataúdes ni féretros y prefieren que el difunto, envuelto en un sudario blanco sin costuras esté en contacto con la tierra y comparta con ella sus avatares cadavéricos. Esta venerable costumbre, al parecer poco higiénica, se prohíbe en algunos lugares.


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