Andrés

Retales

 

Andrés es un nombre corriente. No tiene nada de extravagante. Además a él le gusta porque no lo distingue. Pero él no es un hombre corriente. Le gusta pasar desapercibido. Le ha gustado siempre, desde pequeño y cuando estudiaba en la facultad. Su padre, que no era hombre de negocios sino un herrero renombrado en la comarca, se propuso a toda costa que su hijo no anduviera entre la fragua y el hollín todo el día tiznado. Y a fe que lo consiguió pero no le costó mucho. Al chaval le salía de dentro. Ganó una beca.

Andrés siempre fue un niño taciturno al que gustaba leer y se acercaba al dispensario que había detrás del ayuntamiento todas las tardes. Allí, cuando no había trabajo conversaba con el médico. Su curiosidad admiraba a don Alberto que no dudaba en explicarle  todo lo que le pedía a pesar que ciertas cosas no le parecían adecuadas para un niño. Nunca nadie hizo caso de tal rareza. 

Hoy ha llegado a casa bastante tarde. La cena estaba fría; hacía horas que su asistenta se había marchado.  

Ha asistido a Mariola, la de Venancio, en la casa de labranza. La chica se ha portado bien aunque el parto ha sido largo pero ha llegado a buen fin. Un niño precioso. 

Hay gente todavía que no quiere acudir al hospital; él no los obliga si no es imprescindible.

Andrés hace las visitas domiciliarias en el pueblo y los colindantes. No le importa que lo llamen a cualquier hora. Se desplaza en su Citroën “dos caballos” y va viene por los caminos allí donde se le necesita. 

Tanto le da una bronquitis, una indigestión, una colitis o lo que sea. Sutura heridas, lleva siempre la antitetánica…, en los pueblos ya se sabe; antígeno para las picaduras, y un sinfín de medicamentos, aparatos e instrumentos pueden salir de su maletín. 

En realidad lo que le molesta es que lo avisen demasiado tarde. Cuando la fiebre es tan alta o la herida está ya tan infectada que tratarlos supone más de una visita y muchas molestias para el paciente. Entonces acostumbra a llamarles la atención. Bajan la cabeza y no dicen ni mu. 

Si no hay tiempo para ambulancias o no tiene condiciones para atender al paciente, lo mete en el Citroën y, sin preguntar, se lo lleva al hospital.

No se le conoce mujer. Dicen que vive solo y por eso no le importa asistir a quien sea a cualquier hora. Lo aprecian mucho. Hay quienes lo llaman “Doc” a título afectuoso. No se queja, no le importa.

Algún día que ha ido a la capital y lo necesitan, lo echan en falta. Lo prefieren a él antes que al otro médico que visita a diario en el dispensario. En verdad no se entiende porque es muy serio y no se anda con remilgos. La gente dice que se siente atendida y que actúa con tanta serenidad que no dudan en hacerle caso.

En invierno viste traje de pana recia y un gabán. Guantes y bufanda en los días que hiela.

Su asistenta, una mujer ya mayor muy aseada, dice que es austero incluso para comer. En realidad está delgado y conserva un cuerpo muy ágil. El pelo se le ensortija y alborota cuando lo lleva largo. Usa sombrero de alas tanto en invierno como en verano. Mirada suave pero penetrante de un verde oscuro que…, frente ancha pero sin entradas. Es joven. Para el recién llegado, doctor Bonilla; para los de siempre, Andrés o “Doc”. En verdad solo lleva unos tres o cuatro años ejerciendo en el pueblo.

Cuando terminó la carrera le ofrecieron una plaza en el hospital de la capital. Fue el primero de su promoción. Pero él pidió la plaza en el pueblo y se retiró a una casa contigua a la herrería de su padre.

¿A qué va a la capital? Unos dicen que da clases en la facultad, otros que allí tiene la novia, y no hay habitante que no le atribuya una razón a cual más variopinta, que si está enfermo y va a visitarse, que si aprende a usar nuevo instrumental… Se hacen apuestas a ver si aciertan. La más defendida es que tiene novia.

Y sí, esta semana se ha presentado con una moza preciosa. Se han instalado los dos en la casa. Ahora todos temen que no atienda a cualquier hora. La moza lleva ya una barriga de varios meses. ¿Será su novia? Las apuestas deberán esperar. 


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