Lo que prefiero

El martillo pneumático


Prefiero el pájaro vulgar. Observo el movimiento nervioso de los gorriones que se acercan a las mesas de los chiringuitos para comer los trocitos de patata frita que se han caído al suelo. Estos pájaros caminan dando saltitos, son despiertos y vivaces, su color pardo no presenta ninguna espectacularidad, aprecio más la vulgaridad de su plumaje que el de las aves exóticas que exhiben sus plumas de colores en los parques zoológicos o en los reportajes de National Geographic.

Prefiero los cuerpos al sol más que las arenas despobladas. Contemplo la playa con los bañistas tumbados en la arena y a un vendedor de cocos que va caminando entre los cuerpos tendidos al sol. Escucho las voces de unas amigas que están sentadas en la mesa del chiringuito hablando de sus cosas. Es un bullicio controlado y mucho más civilizado que el griterío que se produce en los parlamentos. Las playas solitarias, deben gustar a muy poca gente y, por esta razón están solitarias y sin niños.

Prefiero el paisaje cercano con presencia humana. Detesto lo exótico, los paisajes solitarios, los barrancos abruptos y las depresiones terribles y peligrosas.

Prefiero lo común, la vulgaridad, lo corriente y lo general. La exclusividad, el esnobismo, el alto standing y las altas gamas producen en mi ánimo el mismo efecto que me produce el olor agrio de las cosas rancias.

Prefiero todo aquello que es cercano y material. No me interesan las extravagancias ni lo oculto ni lo lejano. Lo que queda detrás de la piel resulta oculto para mí, está demasiado profundo.

Prefiero lo que se siente con los cinco sentidos o se deduce con la razón. Escapa de mi percepción la magia, lo esotérico, el designio del destino y todo aquello que se percibe con la adivinación o a través de lo premonitorio y lo profético.

Y a todo esto añado que aborrezco la frivolidad del arte por el arte. Estas formas artísticas no las prefiero.