La chica y la cabra de la curva

Lógica (pati) difusa


Inventar buenas historias no es fácil. Algunas son tan buenas que pasan a pertenecer a la categoría de leyendas (urbanas). La chica de la curva es una de ellas, es tan conocida aquí como en Australia o en Chile. De autoría desconocida, mantiene todo su encanto y efecto a través de los años. Cada vez que se escucha por primera vez provoca un estremecimiento de miedo mezclado con atracción. Hasta que te percatas de que es una invención, un cuento que se reproduce en cada generación con idéntico éxito. El núcleo narrativo permanece intacto, solo hay algunas variaciones ornamentales, según la imaginación de quien la explica.

La historia es la siguiente: en una carretera poco transitada, ocurrió un accidente donde murió una joven (veinteañera, treintañera o adolescente). El espíritu de esta malograda mujer quedó para siempre jamás clavado en el lugar del accidente. Es un fantasma cuya única obligación consiste en advertir a los conductores de la peligrosidad de la curva. No siempre se aparece, solo cuando existe un peligro inminente, ya sea por mal tiempo o porque se acerca un conductor imprudente que viene de frente a toda velocidad. En la carretera aparece la chica, vestida de blanco, que detiene con un gesto de su mano el coche elegido.

Por raro que parezca, en la historia los conductores siempre paran. Cuando le preguntan a la joven qué ocurre, ella responde que conduzcan con cuidado porque hay una curva mortal y a continuación se desvanece. A veces entra en el coche porque dice que va de camino al siguiente pueblo, para desaparecer cuando se ha sobrepasado el lugar maldito.

Este relato reúne todos los elementos de un cuento gótico: la noche, una bella joven y un peligro mortal que acecha. La frase «la chica de la curva» se ha convertido en un lugar común, una fantasía que casi todo el mundo acepta como un chiste. Yo también me reía de la chica de la curva hasta hace dos días. Era pasada la medianoche cuando salíamos de cenar, cerca de Collbató, un pueblo en las estribaciones de la montaña de Montserrat. Es una montaña muy conocida por su halo misterioso, donde un día fijo de cada mes (el 11) se reúne gente que asegura comunicarse con los ovnis; además se pierden personas que jamás han vuelto a ser halladas. Para algunos es una montaña mágica.

Los anfitriones de la cena viven en una masía a la que se accede por una pista forestal. Eran las doce y media de la noche cuando emprendimos el viaje de vuelta a casa. Antes de llegar a la carretera comarcal, en una curva bastante cerrada, nuestros focos alumbraron una cabra a la que estuvimos a punto de atropellar. Nos detuvimos. La cabra miraba fijamente las luces del coche desde el centro de la estrecha pista. Era imposible esquivarla. No se apartaba, así que decidimos salir del coche y convencerla con aspavientos para que dejara libre el camino. Clavada en la tierra y con la mirada desafiante, la cabra salvaje no se movió un centímetro a pesar de nuestros saltos, movimientos bruscos y gritos. Nada le hizo efecto, ni siquiera cuando agotamos el último recurso: cariñosas palabras y ofrecimientos de frutos secos (revenidos) que olvidamos en la guantera hacía más de un año: vete, bonita, déjanos seguir, toma unas almendritas… 

La cabra permanecía impávida, incluso cuando intentamos darle un empujón. En ese momento, de la oscuridad nocturna sin Luna emergió una chica, vestía una falda larga blanca y un jersey azul celeste, nos dijo que la cabra no era una cabra, en realidad, sino el espíritu de un montañero que se había matado muy cerca de allí. La cabra (el montañero) quería protegernos de la muerte. Después de esta explicación, conjurado el peligro, nos invitó a continuar el camino. En ese instante contemplamos una estrella fugaz que atravesaba el cielo, era una luz verde esmeralda preciosa que duró apenas dos segundos. En tan breve tiempo se esfumaron la cabra y la chica.

Nos estremeció la sorpresa y el miedo. Dentro del coche y rodeados por la noche oscura y silenciosa no pronunciamos palabra. Encendí el motor y empecé a conducir muy despacio sin apartar los ojos de la pista. Pasados cinco minutos llegamos a la carretera comarcal. A lo lejos se veían luces azules y rojas intermitentes, eran una ambulancia y dos coches de policía. Cuando llegamos a su altura detuve el coche para preguntarle al guardia que autorizaba el paso alternativo de coches. Un coche ha chocado con una cabra, la conductora está bien, pero la cabra ha muerto debido al impacto. Suspiramos de alivio (por nuestra buena suerte). El encuentro en la pista forestal anticipó la muerte, sí, pero de la cabra.