2097

Lógica (pati) difusa

 

Hace unos días leí una novela que será publicada a finales de este siglo. Su autoría no puedo revelarla. A estas horas, la novela y los datos de su autora  están sepultados a un metro de profundidad en la montaña de Montserrat.

Soy la única lectora del manuscrito, la depositaria de esa enloquecida trama que quisiera contar  pero no puedo porque, de hacerlo, un ectoplasma que en vida fue mujer, me partiría las piernas. El transcriptor de la novela afirma que es un trasunto real y verídico en todas sus partes y personajes. ¿Una crónica, entonces? ¡No, es una novela donde todo es verdad… será verdad en el futuro!   

La novela es un relato anticipatorio de lo que se nos viene encima. Se inicia la historia el día de san Silvestre del año 2019 y acaba el día de Reyes de 2097. Cuando terminé de leerla, un pliego de noventa páginas en dos horas, los próximos ochenta años los tenía frente a mí como  si fueran las diapositivas de una boda, narrados con profusión de detalles tontorrones. Que si todos seremos calvos, que ya no existirán los aviones, que la gente vivirá indefinidamente. Lo mejor es que no necesitaremos trabajar y tampoco viajar a ningún sitio. No habrá tele, radio, ni nada de lo que tenemos hoy, en abril de 2019. La gente no vivirá en ciudades ni comerá animales. Hablaremos la misma  lengua, mejor dicho, ya no hablaremos porque la comunicación será telepática. No sé si ya he contado demasiado.

El argumento no me convence, demasiadas maravillas. A finales del siglo XXI, el dinero no será un medio de cambio, de hecho será una reliquia sin valor; desaparecerán los partidos políticos y la ONU. El gobierno mundial será una superinteligencia que decidirá el bienestar general mediante un algoritmo que no se lo salta un galgo. Y en esas, página setenta y siete, llega el día 6 de enero de 2097: un meteorito de tres kilómetros casi nos caerá encima. Ante la alegría general, nuestro gran conductor, el algoritmo, conseguirá desviarlo hacia Mercurio.

Allí solo habitan organismos unicelulares; en fin, siempre le tiene que tocar la china a alguien. Entre otras cosas, en la humanidad de las últimas décadas del siglo XXI estarán aburridos y deseando que ocurra algo que les saque del tedio de tanto bienestar.           

Creo que  a estas alturas ya me he ido de la lengua, menos mal que mi amigo  no tiene internet, móvil o artilugio que le una a esta realidad digital desde la que escribo. Esta persona, en realidad no es mi amiga, es alguien que conozco de vista y que me pilló una tarde en la  que paseaba y me adentré sin querer en su propiedad. En vez de regañarme, me invitó a pasar a sus dominios. La charla derivó a lo paranormal en cuanto atravesamos la puerta principal. El criado nos sirvió la limonada en la sala reservada a las visitas, un lugar frío y oscuro. Según me dijo mi viejo interlocutor, en su masía de trescientos años convive con un fantasma, una fantasma: la verdadera autora de la novela, se la dictó en las noches del último invierno. Esta confesión y mi interés por saber más le animó a confiarme su secreto. Lo más prudente habría sido salir de allí, pero me quedé y acepté un zumo de limón que aún me  produce dentera cuando recuerdo su acidez. En ese clima tan cordial, se empeñó en enseñarme la masía, en especial la habitación donde dormía y guardaba su manuscrito. Me gustaría que lo leyera, pero antes júreme que no dirá  nada a nadie. Juré y le acompañé a Montserrat, allí permanecerá por expreso deseo de la fantasma, un ente caprichoso que en 2097  regresará a la vida física y rescatará el manuscrito. Según sus planes, se convertirá en un fenómeno literario universal y fundará una secta para abolir la tiranía del algoritmo. El punto flaco de su plan es que no ha contado conmigo. Me he hecho con una copia de la novela, con unos ligeros cambios y un episodio de amor fou, para despistar, Juramento al viento, se titulará, y no sería raro que con ese argumento descabellado se convierta en  la novela del año.