Mientras preparaba mi cita con Hedy Lamarr[1] tuve ocasión de ver Los conspiradores (1944), un thriller de Jean Negulesco, protagonizado por la bellísima actriz austriaca y el norteamericano Paul Henreid, con Peter Lorre y otros grandes secundarios de la escena internacional. La película es un remedo de Casablanca (1942), de Michael Curtiz, y no llegó a estrenarse en España por su contenido anti-nazi. Los conspiradores no alcanza el grado de ambigüedad y romanticismo de Casablanca, a pesar de tener un argumento trepidante y estar ambientada en lugares tan exóticos como el casino de Lisboa. Destacan en ella algunos diálogos de la escritora neoyorquina Ayn Rand y la presencia en los títulos de crédito del enigmático Frederic Prokosch, autor de la novela en que se basa la película. ¿Quién es ese tal Prokosch?, me pregunté. Ni idea. No se le dedica una línea en las enciclopedias al uso; no merece un pie de página en las historias de la literatura.
Decidí entonces indagar sobre él y me di de bruces con un prolífico escritor de Madison (Wisconsin), nacido en 1906, de padres austríacos. Educado en un ambiente ordenado y académico, muy pronto se inició en la poesía, el gusto por los libros, el deporte y la vida disoluta. Prokosch fue poeta, traductor, ensayista, viajero impenitente, agregado cultural en la embajada de Suecia, estudioso de los lepidópteros, y disfrutó de enorme popularidad en los años treinta, gracias a sus novelas Los asiáticos (Asiatics, 1935) y Los siete fugitivos (The Seven Who Fled, 1937). Un tipo, además, que fue elogiado por las grandes personalidades del momento: Albert Camus, Thomas Mann, William Butler o André Gide. Con el tiempo, perdió el favor del público y la crítica, y sus escritos cayeron en el olvido. En 1983, con motivo de la publicación de sus Memorias —una autobiografía irrespetuosa con el propio autor y sus contemporáneos, a los que retrata con humor corrosivo—, Prokosch recuperó algo de músculo, aunque sin el reconocimiento que se le dispensó en sus comienzos. ¿Por qué ciertos autores desaparecen de escena y solo reciben la visita inusual de ciertos lectores?
Albert Camus dejó escrito que Prokosch había inventado la novela geográfica, una hábil mezcolanza de paisajes, sabiduría y sensualidad, ironía y misterio. Desde su punto de vista, Los siete fugitivos «transmite una visión fatalista de la vida, escondida bajo una rica energía animal. Prokosch —escribió Camus— es un maestro del humor y del trasfondo, un virtuoso del ambiente, y posee un estilo flexible y elegante».
¡Había que leer a Prokosch y descubrir esa amalgama de geografía, aventura, humor y reflexión filosófica que, según Camus, conforma sus obras!
Busqué en librerías de lance y conseguí una versión de Los siete que huyeron[2], novela que narra las vicisitudes de siete ciudadanos europeos que escapan de una revuelta en un ignoto país asiático. Personajes que sobreviven charlando de esto y de lo otro, sin hallar cobijo permanente. Luego compré Los asiáticos (aquí titulada Asia misteriosa, a través de la aventura y del amor), su primera novela y gran éxito editorial. Asia misteriosa[3] cuenta la historia de un joven americano que, desde Beirut, atraviesa Turquía, Rusia, el sur de la China, la India y Camboya, compartiendo aventuras con ladrones, asesinos, rajás y viajeros europeos de toda índole. El protagonista se deja llevar por los acontecimientos y vive sin otra expectativa que viajar y subsistir. Las descripciones del autor ahondan los contrastes entre belleza y fealdad, entre riqueza y pobreza, y ofrecen al lector una imagen fascinante de Asia, una imagen que aparenta ser verídica. Sin embargo, Prokosch jamás visitó tales países, contra lo que, al inicio, difundieron sus editores. Esa producción exótica surgió de su imaginación y su afición por los mapas. Él mismo lo confiesa en el prólogo de una reedición tardía de Los asiáticos (Alianza, 1987): “Malraux escribió tres espléndidas novelas ambientadas en zonas del Asia oriental. Conrad escribió ocho novelas bellísimas situadas en el Lejano Oriente (…) Shakespeare escribió acerca de Dinamarca, Mantua, Roma y las costas de Bohemia. Hieronymus Bosch pintó los infiernos, Fra Angélico el Paraíso, y Dante escribió acerca de ambos lugares, así como acerca del espacio que se extiende entre ellos. Ciertamente, resulta innecesario haberlos visitado en persona, ¿no es así?”
Conseguí el último de los trabajos de Prokosch, Voces: Memorias (Voices, 1984)[4], en una librería de viejo en Barcelona. Lo leí con voracidad, mientras caía en la cuenta de que tampoco aquello podía ser verdad. En ese libro, Prokosch aparece como un diletante que vaga por Norteamérica y Europa, charlando sobre literatura, paisajes, coches, deportes, arte y mariposas con decenas de personajes de su tiempo: escritores, poetas, artistas, reyes, políticos, aristócratas y un sinnúmero de gentes pintorescas. De cada uno de ellos, Prokosch realiza una semblanza irónica inolvidable. Ya en su primera parte, donde todavía es muy joven, Prokosch se entrevista con Thomas Mann, John Dikson Carr, Gertrude Stein, toma el té con James Joyce y juega al tenis con el campeón mundial Bill Tilden. En la segunda parte, titulada “El mundo del arte”, habla con Thomas Wolfe —poniendo a caldo a Hemingway y Virginia Woolf—, con Robert Frost —que critica a Eliot y también a Ezra Pound—, con el poeta Wallace Stevens, con el premio Nobel Sinclair Lewis —de quien describe una de sus perennes borracheras—, recoge las opiniones de E. M. Forster sobre Joyce y H. D. Lawrence, merienda con Walter de la Mare, visita a Virginia Woolf y a André Gide… y habla de todos ellos sin pelos en la lengua.
La extraordinaria efervescencia de tantas Voces se detiene y adormece en la parte final del libro, “El mundo de la naturaleza”, donde el autor, ya mayor y cansado, se refugia en su afición por las mariposas y realiza uno de sus últimos viajes, en esta ocasión a España, siguiendo el curso del Ebro, por Alfaro y Tudela, hasta La Mancha, donde bebe vino de Manzanares en una bota de piel de cabra. Su encuentro con un viejo, sentado ante el fuego y con la mirada detenida en las llamas, le hace sentir que todavía hay algo que se le escapa en su intento por comprender al ser humano. Luego, se instala en una casita en Grasse (Francia), abandona la pluma y se concentra en los sonidos del campo, rodeado por el recuerdo de todas las voces y rostros que ha conocido.
Nos preguntábamos más arriba por los motivos de una trayectoria como la de Prokosch, desde el éxito mundial hasta prácticamente rozar el olvido. Hay quien lo atribuye a su condición cosmopolita: Prokosch fue un autor que apostó por temas “internacionales”, “exóticos”, en un mundo cada vez más centrado en lo próximo e identitario. Pero quizá hay otras razones que explican su evolución hacia el anonimato; entre ellas, la propia actitud del autor, que se mostró muy crítico con sus contemporáneos e incluso con el público que le admiraba. En una carta remitida en 1963 a Radcliffe Squires, que escribió un ensayo sobre él[5], Prokosch confiesa: «He pasado mi vida solo, completamente solo, y ninguna biografía sobre mí nunca podría sino arañar la superficie. Todos los hechos sobre quién es quién, o sobre lo que yo sea, son un absoluto sin sentido. Mi vida real (¡si es que alguna vez me atrevo a escribirla!) ha transcurrido en la oscuridad, en secreto, entre encuentros fugaces y delicias inconfesables, entre un buen número de extrañas aventuras picarescas e incluso crímenes, y ni tan siquiera alguno de mis “amigos” tiene la más remota idea de lo que realmente me gusta o de en qué ha consistido mi verdadera existencia… A pesar de su «respetabilidad», su apariencia diplomática y académica y sus ilustres contactos sociales, mi vida real ha sido subversiva, anárquica, viciosa, solitaria y caprichosa».
Ahí queda eso.
Frederic Prokosch murió en Grasse, en 1989.
[1] https://lacharcaliteraria.com/hedy-lamarr-atrapada-por-el-extasis/
[2] Frederic Prokosch: Los siete que huyeron, Madrid, La Nave (1945).
[3] Frederic Prokosch: Asia misteriosa, a través de la aventura y del amor, Madrid, La Nave (1943).
[4] Frederic Prokosch: Voces. Memorias, Barcelona, Planeta, 1984.
[5] Radcliffe Squires: Frederic Prokosch, College & University Press, Richmond (1964)